Isabel Bayon

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Pocas veces he disfrutado tanto con un espectáculo. Sabía que Isabel baila bien, que su técnica es impecable, (es profesora del Conservatorio de Madrid) y que tiene buen gusto. La había visto antes, también en el teatro Lope de Vega, en un homenaje que se le hizo a Matilde Coral en el que bailaron muchos de los que han sido sus alumnos, entre ellos varios premios nacionales de danza (Isabel también lo es). Pero tengo que reconocer que no esperaba que se me saltaran las lágrimas en varios momentos de la función. ¡Qué cosa más bella el baile sin artificios de la Bayon!

Desde que aparece en escena iluminadas sólo sus medias piernas, bailando descalza a compás del sonido de una caño de agua que se convierte pronto en latidos de un corazón – nuestro corazón-, ya sabemos que vamos a ver Arte. Lleva un vestido azul esmeralda sencillo pero precioso, que usará en toda la primera parte de la función, cambiando solo los complementos: para los abandolaos un mantón cruzado, para la farruca le añade una chaquetilla y un sombrero de ala ancha, para la guajira unos flecos a la cadera. No necesita escotes, espaldas al aire o brillos que distraigan de sus movimientos. Todos son perfectos.

 

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Baila de todas las formas posibles y con todas las partes del cuerpo, pero sin abusar de ninguna. De tal manera que resulta tan armónico que parece sencillo lo que hace. Los abandolaos sólo usando la planta, sin rozar los tacones, y moviéndose por todo el escenario como si se deslizara flotando, sutileza pura. En la farruca le echa fuerza, demuestra que también domina la técnica de pies y lo combina con desplantes. El moño perfecto, los pendientes en su sitio, no vuelan peinas ni nada está fuera de lugar. Compone figuras perfectas y está guapísima también con sombrero.

En la guajira saca un abanico (parecía que del escote) y nos desvela su lado sensual, lúdico, coqueto. En sus caderas poderosas tiene todo el compás del Flamenco. Los flecos vuelan con ellas, se detienen en seco y retoman el baile. Para el tiempo y los flecos le obedecen. Esa noche manda ella, sonríe y enamora a sus músicos y al público.

Si David Lagos lloró la farruca y lloramos todos con él, nos estremece con la seguirilla. ¡Cuánto sentimiento al cante! Isabel se pone seria con unos pantalones de talle alto cubiertos con flecos larguísimos, que hace temblar con su taconeo como una cascada de agua, sólo ellos, el torso inmóvil. Impresionante escena que se graba en mi imaginería del baile.

Unos lienzos negros bajan y suben discretamente en el escenario. En ellos se han ido proyectando películas antiguas, homenajes de la Bayon a los maestros. Una puesta en escena sobria y elegante, sin abusos, completando el mensaje de coherencia de sus Caprichos del Tiempo. Y terminan con una película de ella misma con ocho o nueve años bailando con una bata de cola roja, seria, soñando tal vez que un día actuaría en un gran escenario y la gente lloraría al verla.

En su última aparición vuelve a ser esa niña de bata de cola roja, bailando cantiñas y bulerías. Menos seria, disfrutando, otra vez juguetona, haciendo guiños al público e incluyendo a sus músicos en las bromas. Porque es la fiesta del baile y ella la reina.

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