Estrellas de algodón

La Navidad siempre me pilla por sorpresa… De pronto un día salgo a la calle y veo todo lleno de luces. Los años más duros de la crisis con esas lucecitas azules tristonas enredadas en los árboles y en las fachadas de los edificios oficiales.

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O con múltiples colores este año, queriéndonos contagiar alegría y ganas de consumir.

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Las calles abarrotadas de gente con bolsas, los comercios con carteles de promociones y descuentos pre-navidad… y lo que es peor, hasta camareros con gorritos de papa Noel!  Y a mi me entran unas ganas locas de volverme a casa y tomar un café tranquila, como cargando fuerzas para afrontar los días interminables que se avecinan de comidas y reuniones. Decido poner música clásica relajante y el primer disco que cojo es la Missa Mexicana de Andrew Lawrence-King, que empieza con un villancico «Canten dos jilguerillos». ¡Vaya por Dios!

Y sin darme cuenta estoy cogiendo la escalera y bajando cajas de los altillos. A las figuras del Nacimiento de escayola pintada les voy quitando el periódico que las envuelve y compruebo que tienen un nuevo picotazo, otro dedo roto, un cuerno que le falta al buey, el bastón y la orla de San José. La de la Virgen he estado a punto de tirarla junto al papel de periódico. ¡Debería comprar uno de madera! Aunque llego a la conclusión de siempre: lo voy a arreglar yo misma, para algo soy restauradora, ¿no? (Y así año tras año…)

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Pero la auténtica crisis llega con los adornos del árbol. Tengo en la cabeza un árbol enorme, elegante, en el que predomine una sola gama de color… pero ¿qué color?

Hace dos años decidí que tenía que ser fucsia, a juego con una alfombra que compré en Marruecos, y claro, no encontré adornos de ese color en ninguna tienda. Así que, imbuida del espíritu navideño, decidí hacerlos yo misma. Cogí la moto, me fui a la tienda de telas más grande de Sevilla y pregunté al dependiente por el fieltro fucsia. «Estos son los únicos colores que tenemos», y señala una balda con tela roja, verde, marrón, rosa chicle y morado. ¡Que horror de colores! Pero yo no iba a dejarme intimidar por tan pequeño problema, porque todo el mundo sabe que si mezclas el rosa magenta con el morado te da un fucsia tirando a púrpura, ¡justo el color de mi alfombra! Y me volví a casa llena de energía y dispuesta a sacar tijeras, agujas y abalorios. Estos son algunos de los adornos que hice:

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Y cuando los coloqué en el árbol y me separé para verlo en su conjunto, me di cuenta de lo feo que estaba y de que no pegaba nada con la alfombra (que, por cierto, se ha ido destiñendo a trozos y manchando la tarima de iroco… ¡odio la alfombra! ¡y los adornos de fieltro!)

El año pasado  quise poner bolas, más tradicionales y que nunca  fallan. Vi en una página de internet unas muy bonitas de poliespán forradas de tela. La única pega que tenían era que no estaban a la venta, así que tenía que hacerlas yo. Me eché a la calle a comprar las bolas de poliespán y después de recorrer todas las tiendas de manualidades de la ciudad, las acabé encontrando en un chino de esos que tienen de todo. Pero me parecieron muy caras, mi árbol es muy grande y necesitaba muchas si no quería reutilizar los adornos del año anterior. Menos mal que en internet se encuentran casi más cosas que en los chinos y acabé consiguiendo que me enviaran urgentemente desde una fábrica en Zaragoza una caja de bolas (50 céntimos más baratas cada una); eso sí, tuve que comprar bolas como para adornar todo el árbol de la Casa Blanca… Este fue el resultado:

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Como me había gastado tanto dinero en bolas, aproveché telas que tenía guardadas. Y otra vez el lío de los colores! El árbol que yo tenía en la cabeza, monocromo, se me había resistido una vez más. Encima las bolas eran enormes…

Este año he decidido que quiero algo más «eco», más sencillo, que no me canse antes de haberlo colgado en el árbol. Y sin necesidad de lanzarme a la calle en busca de algo sorprendente, original, que no tenga nadie. Volver a la infancia. Sentirme en el cuarto de estar de la casa de mi abuela, sentada junto a ella en la camilla, aprendiendo a hacer angelitos de ganchillo. Era para un Nacimiento que hacían entre varias señoras para sortearlo junto con otras cosas y conseguir ayuda para familias necesitadas. «El Ropero» lo llamaban.  Las figuras principales las hacía ella y a mi me dejaba hacer pastores o ángeles. La cabeza una pelota de ping pong sobre la que se teje en punto enano con lana marfil o negra (mi abuela fue una precursora de la igualdad inter-racial). El cuerpo un cono de diferentes colores: al ángel negro le poníamos una túnica blanca con una franja dorada, a juego con las alas. Les bordábamos los ojos, nariz y boca y les añadíamos pelo. Y así muchas tardes al volver del colegio, rodeada de señoras haciendo labores, con mi abuela enseñándoles orgullosa mis torpes puntadas.

Hago estrellas de algodón pensando en ella. Las impregno en cola blanca diluida para que endurezcan. Las cuelgo en el árbol y se me escapa una lágrima. Y sé que el año que viene, y el otro, y el otro, me seguirán gustando.

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4 comentarios en “Estrellas de algodón

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