Cuéntame lo último en decoración

Os propongo un paseo por una de las calles más curiosas de Madrid: La Ribera de Curtidores. Para que sea realmente un viaje iniciático empezamos cogiendo el metro hasta la estación de La Latina. Ya, ya sé que hace mucho que no cogéis el metro. A mi me ha pasado igual: no he sido capaz de entenderme con la máquina expendedora. Que si vas a dar un salto o dos (yo no pienso saltar), que si te vas a mover por la zona «A» o vas a pasar a la «B», que si vas a combinar el viaje interurbano, suburbano o metropolitano… Y cuántas veces vas a hacer todo eso: una, diez o todas las que quieras al mes. Menos mal que todavía mantienen esas garitas semiacristaladas donde se esconde una persona, que en mi caso fue muy amable, me dio todo tipo de explicaciones y me vendió un billete sólo de ida (eso sí, advirtiéndome que lo conservara por si lo necesitaba para salir).

Me parece todo un poco más viejo y sucio que cuando era estudiante, no sé si es que entonces estaba pendiente de otras cosas o que ha pasado mucho tiempo sin que se renueve. Voy a tener que enterarme de cuáles son las lineas nuevas y hacer otra excursión. Así mi visión del metro no será tan parcial. Aunque esta vez he hecho hasta un intercambio…

Salgo a la plaza de la Cebada, junto al mercado del mismo nombre, y me entran ganas de acercarme a ver si se parece al de Triana o a las Naves del Barranco. Pero hoy la cosa no va de mercados y decido dejarlo para otro día. Sigo por la calle Maldonadas y la plaza de Cascorro para enfilar mi objetivo: Ribera de Curtidores.

El nombre hace alusión a los gremios que se alojaban en ella. El ganado que llegaba a la capital entraba por la puerta de Toledo y subía  hacia el matadero municipal. Las pieles de los animales eran un subproducto que salía de allí para ser tratadas y convertidas en cuero. La calle paralela es la elegida por los Reyes Católicos para que se instalen las tenerías y los gremios que se ocupan de su proceso.

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Es una calle en cuesta, con aceras anchas que acogen el popular Rastro todos los domingos y festivos. Los comercios son muy variopintos. La zona más alta parece estar reservada a tiendas de artículos de deportes extremos (alta montaña, nieve, caza) y de inspiración militar. A medida que vamos bajando empiezan a proliferar tiendas de antigüedades. Y por todas partes los comercios chinos, espantosos sustitutos de los antiguos ultramarinos.

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No queda nada de los curtidores de pieles que llegaron en 1497 con el primer matadero municipal, salvo el nombre, por el rastro de sangre que dejaban al arrastrar su mercancía.

Me llama la atención un escaparate que parece salido del estudio de grabación de «Cuéntame», la exitosa serie de televisión. La tienda se llama Woody Metal, y entro atraída por un suelo de baldosas verdes como la cocina de la casa de mi infancia. Un pupitre con el asiento incorporado, un banquito para el teléfono (con una zona tapizada para sentarse y otra con cajones para guardar las extintas guías de teléfonos), una mesa baja de palisandro, aparadores nórdicos de teca… todo de los años cincuenta a setenta del pasado siglo veinte.

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Sigo bajando la calle y a la altura del número 29 me encuentro las Galerías Piquer. Se inauguraron en 1950 con un concierto de Concha Piquer, de la que adoptó el nombre.

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Cruzando el arco aparece un gran patio lleno de furgonetas y unas galerías a dos plantas que lo circundan. ¡Y montones de tiendas de decoración!

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Los brocantes de toda la vida conviven con anticuarios jóvenes y arriesgados, que ofrecen objetos y mobiliario del siglo XX, mucho fifties europeo y mueble industrial francés. Los primeros se caracterizan por la aglomeración de objetos obtenidos de lotes de pisos vaciados al completo, sin casi discriminar, y en los que hay que hacer un ejercicio de búsqueda exhaustivo; entre falsas esculturas romanas y cuadros de un primo de Romero de Torres vislumbro al dueño, que, por cierto, podría ser pariente de alguna modelo agitanada del pintor malagueño.

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Los nuevos chamarileros, por el contrario, están especializados en épocas o estilos y ofrecen objetos de su gusto, con un carácter marcado y elegidos previamente; los exponen de forma más limpia, con etiquetas con precio y en un entorno que funciona en su conjunto. Pero sin dejar de lado esa idea tan atractiva de la acumulación, del efecto desván o  incluso gabinete de curiosidades.

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Esto es lo que se ve antes de traspasar el umbral de Living Retro. ¿Verdad que invita a entrar? Oigo una voz masculina que me dice «Mira todo lo que quieras y si necesitas algo me llamas», pero no veo a nadie. Doy una vuelta sobre mí misma y sigo sin ver a nadie. Ante mi cara de estupefacción asoma una cabeza de detrás de una escalera que me sonríe. Umm! Mi modelo ideal de dependiente, casi inexistente… Y sigo curioseando.

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Me gusta este aparador de teca con círculos en el frente. Abro el cajón y veo el precio. Ni tan barato como cabe esperar en un mercadillo ni tan caro como en los anticuarios del barrio de Salamanca.

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Este otro es de teca también, más rojiza y un poco más largo. En el cajón superior tiene la firma: Mackintosh, arquitecto escocés protomodernista que milita en el movimiento arts and crafts de los primeros años del siglo XX.

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En Berenis encuentro esta mesa de hierro y madera de pino que me encanta, no es original, pero tiene un aire afrancesado muy cálido, que hace acogedor cualquier comedor.

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Este sillón es un diseño de Mies Van der Rohe, con una tapicería que lo hace muy retro.

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Se me ha pasado el tiempo y no he podido entrar en Barataria, aunque tienen una página web muy buena donde incluso se puede comprar.

Me queda una sensación de haber retrocedido en el tiempo, de volver a esas habitaciones infantiles con cortinas de estampado en círculos naranja (donde uno se dormía de puro agotamiento y porque nadie te había hablado de los colores excitantes), de armarios chapados en madera de pino o nogal (en España no había teca), algunos de dudosa calidad, otros de auténticos artesanos. De mezcla de muebles heredados de los abuelos, sillas desparejadas y figuras imposibles de porcelana o cristal. Souvenirs de algún viaje (escasos, entonces sólo viajaban algunos privilegiados), mantas de ganchillo o de retales (ahora le decimos patchwork, para algo hemos aprendido idiomas) y espejos dorados de latón.

Casas caóticas, imperfectas, donde las cosas no coordinan necesariamente entre sí, pero dan sensación de calidez, de hogar, de familia.

4 comentarios en “Cuéntame lo último en decoración

  1. Uno de los barrios más interesantes y que más me gustan de Madrid. Es un buen recorrido. Espero que te animes a hacernos un tour (y contarnos tus experiencias) un domingo. Cuando todos los comercios de la zona (y alguno más…) salen a la calle. Muy buen post.

    Un saludo
    A.D.

  2. Me espanta ese tipo de decoración. Me recuerda a todas las porquerías que guardaba mi madre en nuestra casa de veraneo y que tiramos hace dos o tres años… ¡igual hemos perdido un montón de dinero! jajaja
    ¡Sigue contándonos cosas! Aunque la moda no pase por todos nosotros…

  3. Me encanta ese rebusco de antigüedades recorriendo barrios tan castizos. Cuando te adentras en ellos, pierdes la noción del tiempo, te llama la atención todo y eres capaz de mirar y tocar durante largo rato desde la tìpica porcelana del dragón representando la furia,hasta la clásica vajilla ámbar de nuestra niñez.

  4. Me encanta ese rebusco de antigüedades recorriendo barrios tan castizos. Cuando te adentras en ellos, pierdes la noción del tiempo, te llama la atención todo y eres capaz de mirar y tocar durante largo rato desde la tìpica porcelana del dragón representando la furia,hasta la clásica vajilla ámbar de nuestra niñez.
    Enhorabuena por el post!!!
    Saludos
    AR

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