Eva Yerbabuena en Matadero Madrid

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Ayer fue la última actuación de Eva Yerbabuena en Madrid después de diez días de presentar ininterrumpidamente su producción «Ay».  Con mi acostumbrada falta de previsión no había sacado entrada, así que cuando lo intenté (sólo unas horas antes) ya habían cerrado las reservas online. Confiando en la suerte y contando con que iba sola, me presenté en Matadero Madrid. Y en efecto, quedaba alguna entrada suelta, fila 11 (de 20 o 21, un teatro bastante pequeño), no muy centrada, pero suficiente como para disfrutar del espectáculo. Delante mía unas chicas extranjeras intentaban sacar seis entradas juntas, cosa del todo imposible, y una señora de mediana edad (vamos, como yo, solo que ella parecía estrenar tacones, pómulos y boca y yo no me había puesto ni las lentillas) preguntaba dónde actuaba la Yerbabuena.

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Para acceder a la sala 1 de las Naves del Español atraviesas unas cortinas de plástico denso (da un poco de grima apartarlas) y se te vienen a la cabeza las imágenes de esas películas americanas en las que se cometen asesinatos en salas de despiece o lavanderías enormes,  el protagonista intentando salvar in extremis a la siguiente víctima. Rezando para no tener que accionar ningún interruptor (siempre es cuando se pone en marcha la cadena de clavos donde se cuelgan las reses en canal y entre ellos aparece el cadáver) cruzo las cortinas, miro al techo y no veo rastros de sangre. Pero tampoco veo a la señora de la boca nueva… ¿Cómo ha desaparecido?

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Con los sentidos alerta, dejo el bar a la derecha y me encamino a la sala 1. En efecto el teatro no es muy grande, y tras subir unos escalones bastante empinados encuentro mi asiento. A mi izquierda un hombre de mediana edad explica con acento sudamericano a su compañero que el verdadero apellido de Eva no es Yerbabuena, que los flamencos adoptan los nombres con los que en su barrio les identifican de pequeños, y le pone el ejemplo de Paco el de la Lucía. Sonrío, me siento y empiezo a relajarme.

Se vuelve todo negro. Un foco en alto proyecta en el escenario un círculo de luz. Silencio absoluto que dura unos segundos eternos y ruido de pasos arrastrando los pies. Una figura menuda, toda de negro, entra y sale del círculo muy lentamente. Dos, tres veces. Se oye un grito de violín. Vuelve a aparecer la figura y esta vez se detiene. La luz cenital acentúa sus formas femeninas. Tiembla el violín y con él se despiertan las manos de la bailaora en un aleteo histérico de moscardón. Primero las manos, luego el resto del cuerpo en una contorsión de dolor. Hasta que la sujeta una figura masculina que surge de la oscuridad por detrás, la abraza y le susurra palabras tranquilizadoras al oído. Entona una seguirilla lenta («… causa estragos en el cuerpo», dice la letra) y la bailaora (¿bailarina?) comienza una danza mientras la luz se torna roja. El violín toca una melodía de amor y Eva escenifica encuentros y desencuentros con el cantaor.

1424278702_223657_1424281487_noticia_normalEmpieza una liviana («Qué tiene la Yerbabuena en su cuerpecito…») y con la percusión arranca un taconeo limpio que nos devuelve al flamenco cuando empezábamos a pensar que sólo íbamos a ver danza contemporánea.

Al compás de Paco Jarana baila colgada del respaldo de una silla torcida, dramático pájaro negro que agita las alas para caer rendido y volver a empezar. El extremeño le canta «Por qué no suena a rebato las campanas del olvido/apaguen este fuego que esta gitana ha encendido». El vestido largo cuelga tapando sus pies apoyados en el respaldo y ella parece flotar por encima del asiento. Taconea sobre la silla y  la música la hacen sus pies.

Se pone una falda canastera que aparece bajo la silla, lentamente, unos puños de volantes, un mantoncillo y se coloca una flor en el pelo. Los tres cantaores se arrancan por tangos, arrastrando primero despacio las frases y cogiendo ritmo después. Y la Yerbababuena demuestra que domina el flamenco tradicional, no sólo braceo expresionista o zapateado aislado, bordando esos tangos trianeros que se aceleran y acaban convirtiéndose en bulerías.

Pero en Eva la esencia del flamenco es dramática. Pronto (demasiado) se va despojando del mantoncillo, los puños, la falda y finalmente la flor, para volver a llevarse las manos a la cabeza mientras el violín llora y la mesa se quiebra.

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2 comentarios en “Eva Yerbabuena en Matadero Madrid

  1. Si pudiera leer con los ojos creados, lo habría hecho tres, cuatro veces…. y dejar volar la imaginación al compás del violín, la siguirilla, y el taconeo de la Yerbabuena, olvidándome de la silla «ladea», colocándole el traje de gitana de lunares » de siempre», y verla revolotear con la estupenda descripción que has hecho de nuestro excepcional flamenco. Ole y ole!

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