Capullo de Jerez en Teatro Central

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El martes pasado actuaba El Capullo de Jerez en el Teatro Central. Lo leí por la mañana en el periódico y decidí, como siempre a última hora, sacar una entrada. Intenté convencer a mis amigas de flamenco, con las que voy habitualmente a estos espectáculos, pero ellas son más organizadas que yo y tenían la tarde ocupada. Compré una entrada por teléfono y me dispuse a disfrutar.

Este recital está incluído en el ciclo «Flamenco viene del Sur», organizado por el Instituto Andaluz del Flamenco de la Junta de Andalucía. Leo en la página web del IAF, literalmente:»...ciclo que cumple su decimoctava edición con un programa en el que participan 112 artistas en un total de 23 actuaciones, y que conforman una programación transparente que tiene presente la igualdad de género, la excelencia artística y equilibra la tradición y la modernidad, así como la veteranía y la juventud.»

¡Toma ya! La frasecita no tiene desperdicio. Es toda una declaración de intenciones del gusto de nuestros gobernantes andaluces. Transparencia, igualdad de género, excelencia, equilibrio entre tradición y modernidad, entre veteranía y juventud. Trato de pensar en cómo todo esto puede aplicarse al flamenco. Lo de la programación transparente no lo entiendo muy bien. No imagino al Capullo rodeado de transparencias, ni tampoco me gustaría salir del recital diciendo «ha sido una actuación muy transparente». Más bien espero que su cante sea espeso, denso, con cuerpo. La igualdad de género la veo clara: por cada palmero una bailaora, por cada cantaor una guitarrista. Y así. Cincuenta-cincuenta en el escenario. Y lo de equilibrar las edades también me gusta, no puede ser que todos sean viejos o todos sean jóvenes. Se ve que Bibiana Aído dejó una huella imborrable cuando fue directora del Instituto Andaluz del Flamenco. Estamos en buenas manos.

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Cuando me dispongo a salir de casa me encuentro con una notita: «acuérdate de pasear al perro». Menos mal que voy con tiempo (google maps me dice que tardo 12 minutos en llegar desde mi ubicación actual hasta el Teatro Central, al que, por cierto, es la primera vez que voy). Le doy al pobre Thor una vuelta a la manzana, casi sin dejarle levantar la pata, y lo devuelvo a casa.

Me he aprendido el recorrido de memoria, no tiene pérdida, y he buscado alguna foto del teatro, es una caja dentro de otra, así lo describe la página de la Agencia Andaluza de Instituciones Culturales: «un volumen limpio, chapado en piedra natural, desnudo, sin ornamentación, destacará entre la vegetación del borde del agua».

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Atravieso La Cartuja siguiendo mentalmente el recorrido que me traza google hasta llegar a la calle Marie Curie donde debía torcer a la izquierda, pero aparece un prohibido. No te preocupes, me digo, vuelvo hacia atrás, nuevamente al Camino de los Descubrimientos, doy un rodeo y seguro que aparece al fondo el volumen limpio del teatro al borde del agua. Pero es de noche, el agua no la veo por ninguna parte (tenía que haber venido en una canoa) y el volumen limpio tampoco aparece. Intento buscar algún transeúnte que me pueda indicar pero sólo veo de vez en cuando algún corredor. ¡Es una ciudad fantasma toda la Isla de la Cartuja! Saco el móvil del bolsillo, busco la bolita azul que soy yo y dirijo la moto por la acera en dirección a la bolita roja que es el teatro.

¡Por fin! Me quito el casco sudando y corro hacia la entrada, agitando en la mano la entrada impresa. Sólo han pasado 10 minutos, seguro que el Capullo todavía no ha salido a escena… La señorita de la puerta se apiada al verme descompuesta y en lugar de buscar mi asiento (bastante alto, tendría que acceder por unas escaleras) me hace entrar por una cortina y me indica por gestos que me siente en primera fila. Todo oscuro y el Capullo en mitad de un martinete… Intento relajarme y me concentro en la actuación.

Sentados en sillas de enea, a la izquierda casi enfrente mía, Juan, Jesús y Carlos Flores formando grupo. Un poco más separado Miguel Flores Quirós y Diego Amaya con la guitarra.

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La voz de Miguel suena espesa, entrecortada. Parece que no se preocupa excesivamente de la afinación, sólo le interesa transmitir y para ello utiliza los recursos que tiene a su alcance: su particularísimo timbre de voz pero, sobre todo, una expresividad un tanto desquiciada. Hace aspavientos con los brazos, mueve los hombros, los pies… hasta los ojos parece que les hace dar vueltas sobre sí mismos. Unos fandangos muy sentidos, que alarga jugando a su antojo con las estrofas, entusiasman al público.

El ruido de aplausos me coge mirando los zapatos, enormes, de mi vecino de asiento. Por lo menos un 46. De esos que llevaba mi abuelo, de dos colores, aunque éstos son de ante y algo más modernos. El portador tiene unas piernas delgadas y larguísimas, debe ser muy alto. Le miro de reojo y me recuerda a un crítico de flamenco que veo siempre en los teatros. Por la forma de llevar sutilmente el compás, con un movimiento casi imperceptible del dedo anular, noto que entiende, que sabe lo que está escuchando. Aunque parece preocuparle más que el escenario el asiendo a su derecha, donde una chica le susurra de vez en cuando frases al oído mientras recuesta su cabeza en el hombro de él. ¡También él está entretenido!

Las bulerías nos traen de vuelta, es el soniquete de su tierra, de este payo criado en un patio de vecinos del barrio de Santiago, donde convive con La Paquera, el Tio Borrico, y otros grandes cantaores que incorpora a su personal acervo flamenco. En el Capullo el compás está de más, se sobreentiende, no tiene que pensar en él y puede dedicarse a inventar las letras, a comerse las palabras.

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Con los tangos saca su vertiente de cantautor trasnochado de protesta, de compromiso social: «estamos hartos de sufrir, de pasar fatiguitas y tenemos que luchar por lo poquito que nos queda», para acabar desgañitándose, muda la guitarra y las palmas, pidiendo libertad.

El recital acaba con un corto fin de fiesta que me incomoda. Demasiado pocos en el escenario para que nos creamos que se lo pasan bien. Amago de pataíta y para casa.

Yo a seguir pensando qué querrá decir lo de la igualdad de género en el flamenco. A la vista está que de palmera, cantaora o guitarrista femenina nada de nada.

Mi vecino de asiento (¿crítico de flamenco?) a atender como seguro se merece su  cariñosa acompañante.

4 comentarios en “Capullo de Jerez en Teatro Central

  1. La Junta eligió muy bien al Capullo para que haga juego con sus «cosas». Lo siento por el y por el respeto que le tengo al flamenco aunque no haga falta, creo, poner caritas feas al cantar. Me refiero al nombrecito dichoso. El Capullo debe ser un buen artista por lo que cuentas. Tambien lo siento por vuestros comentarios porque lo que la Junta de mi Andalucia querida y esnortada hace muy bien es improvisar. A mi como » antigua me gusta mas el «saber y el buen gobierno». Aunque quizas preferiría ser joven. ! Como me voy por las ramas!

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