Diez Picassos del Kunstmuseum Basel

Es miércoles, 25 de marzo, en Madrid. Hace un día soleado, pero ventoso y muy frío. He salido con una chaqueta muy mona pero a todas luces insuficiente para la temperatura que hace fuera. Estoy ansiosa por llegar al Museo y no vuelvo a cambiarme. Seguro que la temperatura irá subiendo a medida que avanza la mañana. El día anterior inauguraron una exposición de Van der Weyden y aún están los diez Picassos de Basilea. El plan pinta fantástico, además voy acompañada de mi hija y una amiga se nos unirá un poco más tarde.

Mi hija quiere disfrutar de Madrid y se niega a coger un taxi. Vamos paseando por una calle ancha con tiendas maravillosas de escaparates lujosos, algunos con sólo un objeto en exposición, acentuando así la exclusividad (menos es más). Pero tengo tanto frío que me voy cambiando de acera buscando algún rayo de ese sol que parece estar también encerrado entre cristales de un escaparate, como diciéndome «no estoy a tu alcance».

Atravesamos el barrio de Los Jerónimos, con sus señoriales fachadas del siglo XIX, y por fin aparece el Museo del Prado. Hay una cola importante para sacar la entrada y, aunque sé que mi carnet de Amigo del Museo está caducado, nos dirigimos a la entrada directamente sin pasar por la taquilla. Por supuesto, la máquina lectora del código de barras se da cuenta de este pequeño detalle, pero como llevo una invitación actualizada y, además, la señorita es agradable, nos deja pasar.

Subimos primero a ver los Picassos. Son diez cuadros  pertenecientes a la colección del Kunstmuseum de Basilea, de distintas épocas del artista. El entorno en el que los exponen, rodeado de cuadros de Tiziano y Rubens, debe querer decir algo. No sé qué fue primero, si el huevo o la gallina. Me imagino la siguiente conversación entre los responsables de turno: «Oye, que por fin sale lo de los Picassos del Kunstmuseum. Ahora a ver dónde los ponemos».»Hombre, tiene que ser un lugar importante, que si no los suizos no nos prestan más. Vale, tú ponlos en la Galería Central, que allí van a lucir un montón. Ya nos ocuparemos de buscar una conexión con lo que tenga alrededor».

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La conexión te cuentan que es la vinculación personal de Picasso y el Museo, del que fue director de 1936 a 1939 (aunque nunca ejerció el cargo). Bueno, y la influencia que han tenido los grandes maestros en la pintura del malagueño… vamos, lo normal de cualquier pintor medianamente educado. De hecho, el grupo de niños con el que nos cruzamos estaba sentado delante de Aquiles descubierto por Ulises y Diómedes, de Rubens (y dando la espalda a Los dos hermanos de Picasso).

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A pesar de no entusiasmarme el criterio museográfico, los cuadros son auténticas joyas que abarcan 60 años de la producción del artista, reflejo cada uno de ellos de un periodo creativo diferente.

Unknown

Muchachas a la orilla del Sena según Courbet es mi favorito. Me encanta el color que ha elegido para las aguas del río, un tono dorado que parece evocar un atardecer lánguido y da intimidad a una escena cargada de erotismo. Los zapatos de tacón y el vestido azul me sugieren un traje de flamenca lleno de volantes. El rojo me recuerda a un traje de luces de torero, veo hasta la hombrera con alamares y lentejuelas. Podría ser una escena a la orilla del Guadalquivir en lugar del Sena. Eso es lo maravilloso de este cuadro, que no te cansas de mirarlo y siempre ves (o te imaginas) cosas nuevas.

130.5 x 97.5 cm; Öl auf Leinwand; Inv. G 1967.3

También me parece precioso Mujer con sombrero sentada en un sillón, de 1941-42. Es Dora Maar, amante de Pablo en esa época. Cuando se conocen en un café de París, ella tenía 29 años y él 50. Dora era pintora y fotógrafa, hija de un adinerado arquitecto ucraniano, y se desenvolvía con naturalidad entre la burguesía, la alta costura y el mundo cultural parisino. A pesar de su juventud, ya era conocida en los círculos intelectuales, y algunos sostienen que fue la única de las mujeres de Picasso con la que compartió inquietudes intelectuales y artísticas. Se volvió loca por amor… cuando él la abandonó. El retrato que le hace me parece precioso por el colorido, te transporta a las casas de campo francesas de vigas encaladas, y por la personalidad que desprende. Aunque está sentada y las manos cruzadas en el regazo, no hay serenidad, la postura es altiva, tal vez por el cuello estirado o la colocación de los hombros. Y Dora mira desafiante al espectador con el único ojo frontal. El toque sensual lo pone el rojo de los labios…

Una pausa para un café, se nos une mi amiga y cruzamos el hall de entrada hacia las salas de exposiciones temporales. Nos espera Van der Weyden, qué lujo.

Pero eso va a ser mañana, porque no os merecéis que os vuelva locos con tanto cuadro de una vez (mi amiga, mi hija y yo lo estábamos de antes). Y, sobre todo, Pablo y Rogier no se merecen coincidir. Ay! Parece que hablo de dos amantes…

3 comentarios en “Diez Picassos del Kunstmuseum Basel

  1. Me ha gustado muchísimo el post, que bien escribes! Yo hubiera tardado 3 meses en intentar escribir algo parecido!!!! Que talento y facilidad tienes, que envidia!!! Y me gusta lo sincera y valiente que eres cuestionando el criterio museo gráfico !!!!! Bravo!!! Claro que si!!! Para eso es un blog!!!

  2. Entiendes de decoración, de pintura, de flamenco «bailao y escuchao», de gastronomía, haces bolas para el árbol de navidad, coses ropa de niños, trajes de flamencaetc. y encima lo cuentas todo con mucha gracia ¡qué asquito das, me cago en la mar!!

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