Rogier Van der Weyden en El Prado

Las paredes pintadas de gris antracita y la escasa iluminación te hacen creer que entras en un templo. Y no sin razón. Porque en cuanto accedes a las salas de exposiciones temporales del edificio Villanueva del Museo Nacional del Prado eres consciente de que vas a ver, posiblemente, alguno de los más maravillosos cuadros que jamás se hayan pintado.

Son pocas obras, pero tan bien elegidas que nada falta y nada sobra. Están las tres únicas obras que se le atribuyen mediante documentos inequívocos y tempranos, con total seguridad: El Descendimiento, El Tríptico de Miraflores y El Calvario. Además, La Madonna Duran y el Tríptico de los Siete Sacramentos, cuya autoría no se cuestiona. En total sólo cinco cuadros de Van der Weyden. El resto de obras (hasta veinte piezas) son pinturas de taller, copias que otros maestros hicieron de Rogier o inspiradas en él. Importantes porque complementan la exposición y ayudan a entender la grandeza de sus composiciones, su capacidad expresiva y la trascendencia que ya en su momento tuvo. Fue el pintor más imitado de su época, nobles y reyes encargaban copias de sus cuadros a sus pintores de cámara y algunos afortunados, como el monarca Juan II de Castilla, lograron hacerse con alguno de los cuadros salidos de su pincel, como el Tríptico de Miraflores, posiblemente para su uso como pequeño altar de devoción privada. (Muchos años después fue robado por un general de Napoleón, por eso sale de España, para acabar finalmente en Berlín).

La forma de exponerse las obras es elegante y sobria, el protagonismo lo tienen los cuadros en exclusiva. La falta de color del entorno no hace sino realzar el brillante colorido utilizado por Van der Weyden

Me gusta que la exposición es, en cierta medida, austera. No sé cuáles son las cifras que han manejado, pero el grueso de la exposición está en colecciones españolas, fundamentalmente Patrimonio Nacional y el Museo del Prado. Son pocos los préstamos, una obra del Staatliche Museen de Berlin (el Tríptico de Miraflores), otra del Koninklijk Mseum voor Shone Kunsten de Amberes (el lTríptico de los Siete Sacramentos), un par de colecciones americanas (Getty y Metropolitan) y otro par de colecciones portuguesas. Estas obras cedidas ayudan a poner en valor nuestro patrimonio, a darle importancia e individualidad.

Para comprender la calidad técnica no hace falta más que comparar una obra suya como La Madonna Durán con otra de un seguidor como el Maestro de Don Alvaro de Luna, La Virgen de la Leche. Con un acertado criterio iconográfico, están expuestas en la misma sala. Si nos fijamos primero en La Virgen de la Leche observamos una escena íntima, la Virgen da el pecho al Niño, sentada en un trono de madera coronado en los brazos por cuatro pequeños leones, que hacen referencia al trono de Salomón (Jesús como rey de Israel). Están rodeados de ángeles de caras lánguidas e impersonales, y todos ellos, dentro de un interior, en un salón con chimenea, dosel de terciopelo brocado y una ventana desde la que se intuye un paisaje montañoso. El Niño tiene la mirada perdida y las manos al aire, Su madre le coge casi sin tocarlo, como si flotara entre sus brazos; pero falta el contacto carnal, la estrechez y la calidez de un acto tan intenso como el amamantamiento. La escena es fría.

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Sin embargo, en la Madonna Durán casi se prescinde del entorno, no hay muebles, el trono no se ve y sólo un ángel sostiene la corona de la Virgen, dentro de un nicho de piedra, y adaptada la postura a la tracería del arco conopial. No es, por tanto, una escena doméstica, no hay muebles ni techo ni paisaje, las figuras podrían parecer las esculturas de un retablo, y, sin embargo, nos transmite una sensación de intimidad mucho mayor que en la versión del Maestro de Don Alvaro de Luna, pintada unos cincuenta años después. El Niño pasa las páginas de un manuscrito de pergamino, tórpemente, arrugándolo, como lo hacen los niños. Su pierna derecha se apoya en la rodilla de la Virgen, para ayudarse en el giro del cuerpo hacia el libro, y Ella le sostiene en ese movimiento. Se relacionan entre sí de forma natural. Emociona.

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El gran número de copias y versiones que existen de este cuadro nos da una idea del alcance y la admiración que produjo Van der Weyden en toda Europa, en una época, siglo XV, en la que tanto los cuadros como las personas viajaban poco.

Es imposible contar en tan poco espacio la vida de Rogier Van der Weyden, o analizar detenidamente las obras expuestas (hay mucha bibliografía, normalmente lo más actual y recomendable son los catálogos de las exposiciones). Pero sin duda hay que aprovechar la oportunidad de admirar directamente las dos obras que no están en colecciones españolas, El Tríptico de Miraflores y el Tríptico de los Siete Sacramentos. Las dos tablas son exponentes de esos espacios inverosímiles, imposibles, que al pintor le gustaba inventar.

En el tríptico de Amberes se representa una catedral, que podría ser Santa Gúdula, en Bruselas. Las figuras tan realistas no se adaptan a esos espacios, las escalas no concuerdan, y aparecen constreñidas dentro de capillas laterales o en la nave central de la catedral. Las escenas se individualizan precisamente por las diferentes escalas utilizadas, pudiéndose así presentar simultáneamente los siete sacramentos. Cada uno de los múltiples personajes que aparecen en las tres tablas son por sí solos un prodigio de la pintura, miniaturas maravillosamente detalladas que emocionan al mirarlas.

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El de Miraflores es más intimista, pocos personajes para recrear la relación de la Virgen María con Su Hijo. Más que una obra explicativa, narrativa, como la anterior, podríamos decir que su finalidad es devocional. Está pintada unos cinco años antes y es mucho más pequeña. También los espacios arquitectónicos son especiales, enmarcados en pórticos de iglesia y bajo una bóveda de cañón. En la primera tabla, La Virgen tiene al niño recién nacido sobre sus rodillas, en su regazo, igual que en la segunda tabla. Solo que han pasado 33 años, y el Niño se ha transformado en un adulto muerto, ya con señales de rigidez en las articulaciones, y su Madre lo abraza con una angustia que nos sobrecoge, sus lágrimas transparentes se convierten en nuestras y su dolor nos atenaza la garganta. ¿Cómo pueden pintarse así las emociones?

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La exposición estará hasta el 28 de junio, ¡aún os quedan días para verla! ¡Daos prisa!

14 comentarios en “Rogier Van der Weyden en El Prado

  1. Me encanta tu descripción de los cuadros de la Virgen con el Niño y el aseñor muerto. Me hace ver matices en los que no me he fijado al verlos. En la Virgen de la leche veo un respeto inmenso de la madre hacia su Hijo Dios y Rey. De ahí el sentimiento de lejanía y frialdad. Es lo espiritual, lo que nos cuesta entender. En la Madonna es la humanidad, el niño, el hijo. La Piedad es el sufrimiento, el dolor, las emociones mas fuertes de la vida. Son temas muy especiales para mi sensibilidad y gracia a ti descubro tantos matices….. !Que bien escribes!

  2. Marime. La sensibilidad es algo que se desarrolla desde niño en el entorno familiar y, aunque también hace sufrir, ayuda mucho a disfrutar de cualquier manifestación cultural o espiritual. Gracias por todo!!!

    • « Â« Je me suis demandée: Est-ce que je suis en phase avec moi même, est-ce que j’ai ma conscience pour moi, est-ce que je le fais avec honnêteté ? », déclare Soasig Chamaillard. « J’ai pu répondre ‘oui’ a toutes ces questions. »On peut parier qu’un certain Adolf aurait pu se poser les mêmes questions et également répondre &lqp&o;&nbsa;ouiunbsp;» à toutes ces questions.Artiste? Infantile.

  3. Lucila: Gracias por enseñarnos a leer lo mejor de los cuadros de Van de Weyden. Me encanta como los dibujas y forma que tienes de desbrozarlos para nosotros. Disfrutamos ya leyendo tu paleta y anticipo más aún cuando, viéndolos de frente, recordemos tus palabras. Da gusto visitar con tu ayuda, y sabia pluma, las delicias de la pintura del siglo XV. Enhorabuena.

  4. Hola Lucila!

    Me ha encantado tu cuarto de maravillas, sigue coleccionándolas y compartiéndolas con el resto de la gente. Tenías razón cuando decías que este era uno de esos artículos en los que una siente que lo ha hecho tal y como quería y que no cambiaría nada. Esto es raro cuando se escribe en periodismo, pero sí este es uno de esos! Como si hubiese estado en la exposición, o incluso mejor porque he tenido esa guía de lo que hablábamos que muchas veces nos hace falta para ver algunos detalles. Muchas gracias por llevarnos hasta allí.

    Un beso!

    Marta (Fotografiarte)

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