Una escapada a The Hole 2

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Uno de los días que fui a ver a mis padres me encuentro a mi progenitor escribiendo una carta al periódico. Protestaba por los carteles que inundaban Sevilla en esa época, esos que ponen en farolas y paradas de autobús anunciando alguna exposición, concierto o espectáculo.Concretamente por uno en el que se veía a una señorita «de muy buen ver»- palabras suyas, es un caballero, alguno de mis hermanos hubiera dicho que la tía estaba buenísima- medio desnuda, con varias medallas militares (una Cruz Blanca del Mérito Militar con distintivo blanco, la medalla del Mérito de la Guardia Civil, entre otras) sujetas en un exiguo tanga. Era el cartel anunciador de The Hole, un espectáculo entre circense, burlesco, provocador, que venía a Sevilla. A mi padre no le publicaron la carta.

Un año después vuelve a Sevilla The Hole 2. Tras triunfar en el teatro de La Latina de Madrid, y hacer una gira por muchas provincias españolas colgando los carteles de «no hay entradas».

Me entra curiosidad y decido ir a verlo. (Papá, esta vez los carteles muestran a un tío muy feo y nada de medallas). Casi todas las entradas del Teatro Lope de Vega están vendidas, aunque finalmente encuentro un asiento aislado en el patio de butacas.

Aparco la moto debajo de una jacaranda en flor. De la moto contigua se baja una pareja, él como de cincuenta años, con vaquero y camiseta, calvo rapado, y su acompañante de la mitad de años, también con vaqueros pero con una camiseta pegadísima que por detrás simula una tela de araña (espalda al aire, claro). Estoy torpe y no pienso que sea una premonición.

Entro nada más llegar, quince minutos antes de que empiece. Me llevo una sorpresa cuando veo que en el escenario hay un chico muy maquillado con un traje de lentejuelas azul klein hablando con la gente que va entrando. ¡Uff! ¡Espero que no sea de esos espectáculos participativos, que yo vengo a relajarme! Localizo mi asiento –fila 7, asiento 16- y me acomodo. A mi derecha tengo a una pareja más o menos de mi edad y a mi izquierda a un grupo de chicas jóvenes. Me doy cuenta de que hay más mujeres que hombres y que la mayoría son de menos de 40.

El chico de las lentejuelas no para de hablar mientras le ajustan el pantalón que le queda grande. Cuando va llegando la hora advierte de que los móviles hay que apagarlos o metérselos… bueno, el espectáculo se llama The Hole, recuerda, -me digo- ¿qué esperabas?

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Un grupo de amigos vestidos con camisetas que dicen «Antonio se casa» llegan al final y se sientan en la fila primera. Parece una despedida de solteros, todos van con un globito a modo de diadema con un apéndice que sube (me recuerda a Tutankhamon con la cobra protectora en la cabeza… pero lo que llevan ellos no es una cobra). Mientras el presentador les habla -más bien les insulta- baja del escenario una especie de adivina, guapa, con buen tipo y poca ropa, y se mezcla con el público, sentándose encima de algún señor, provocándole y metiéndose con su acompañante.

Se va acercando a donde yo estoy (tenía que haber sacado la entrada que quedaba en paraíso) y empiezo a ponerme nerviosa. ¿Qué hago si se dirige a mi? Menos mal que los de la despedida de solteros llaman su atención, se da la vuelta y sube al escenario con el que se va a casar. La pitonisa le llama querrido con acento riuso (como mi amigo Juanma, utilizando dobles erres y diptongos), salpicándolo de numerosas palabrotas y groserías. Empieza a estar claro que es un número preparado, y en cuanto al supuesto novio le quitan el antifaz resulta ser Alex O’Dogherty el maestro de ceremonias y protagonista del espectáculo.

Se van sucediendo monólogos de Alex (una necrológica simpática del matrimonio), un acróbata en calzoncillos subiendo y bajando de un tubo de plástico, tres chicas equilibristas vestidas de cisnes negros con tutú sujetado con bandas de cuero, estética sado-maso.

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Yo tengo un cuaderno de notas en las manos, y como no paran de interactuar con la gente, empiezo a obsesionarme con que el foco de luz que da vueltas sobre el público se detiene en mí. Tengo ganas de salir corriendo antes de que la pitonisa me diga «querrida, tú que has venido sola, sube con nosotrross al escenarrio y nos cuentas que estás escrribiendo».

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Pero llega el intermedio y aprovecho para relajarme un rato. Como la curiosidad mató al gato (yo debo tener algo felino y además me fastidia dejar las cosas a medias) me quedo a ver la segunda parte.
El tono de los números va subiendo y la gente parece divertirse, aunque yo encuentro pobre el vestuario (y no porque sea escaso, que también), facilones los chistes y faltos de sutileza. El teatro chino de Manolita Chen, en el que dicen que se inspira, era más rico en números y personajes: contorsionistas, trapecistas, magos, transformistas, vedettes y cantantes. En The Hole, el peso del espectáculo lo lleva Alex O´Dogherty, y se acompaña de una docena escasa de artistas, que lo mismo cantan (con poca voz), hacen un striptease (con muchos atributos) o se suben a un trapecio.

Me vuelvo a casa rápida. Sólo espero que nadie se entere de que he ido…

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