Diez razones para comprar en una plaza de abastos

Me declaro una enamorada de las plazas de abastos. Me gustan casi tanto como las ferreterías, donde entro a veces aunque no necesite nada. Mejor dicho, aunque crea que no necesito nada. Porque, ¿cómo he podido vivir antes sin un guante de acero para cortar el jamón o la carne? El amable dependiente del Bazar Victoria en la calle Entrecárceles (¡qué pena que lo cierren!) sabía lo que faltaba en mi cocina incluso antes que yo. Gracias a él tengo unos aros de aluminio monísimos para emplatar, un molde para hacer bizcocho con forma de oso y una maquinita para separar las yemas de las claras… ¿o era para pelar ajos?

En los mercados me pasa igual: tengo que entrar ineludiblemente a echar un vistazo, porque seguro que algún frutero sabe que en mi nevera faltan unas picotas tamaño King size o el pescadero intuye que estoy falta de fósforo y tengo que llevarme unos lenguados.

Aunque tengo que reconoceros que no siempre fue así. Cuando mis hijos eran pequeños iba casi siempre corriendo del trabajo al colegio, y me resultaba más práctico hacer la compra por internet, o ir en coche a una gran superficie y solucionar del tirón los productos de limpieza, bebidas y perecederos. Ahora ya no corro tanto y le he cogido el gusto a los mercados tradicionales. Os voy a contar mi mañana de sábado en el mercado de La Concepción en El Puerto de Santa María, donde voy cada vez que puedo a comprar, sobre todo, pescado de la zona. Y las razones por las que os animo a hacerlo.

  1. Aparco el coche en el garaje público que hay muy cerca de la plaza. Sé que no me va a costar dinero, porque normalmente algún puesto te bonifica una hora de parking cuando compras.
  2. Los alrededores de la plaza permiten tomar el pulso a la ciudad. Me encanta ver el bullicio de las calles aledañas. Señoras mayores que entretienen la mañana, dan su paseo, saludan a amigas y vecinas, se informan de lo que acontece y, de paso, solucionan a sus hijos, tan ocupados siempre, el problema de la comida. A veces con marido (alguno se queda en el bar de la esquina), las más con nietos. Y siempre con carritos o bolsas (blancas o verdes).

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  1. Con frecuencia, las plazas de abastos ocupan edificios singulares. El Mercado de la Concepción fue construido en 1874, con material de derribo del Convento de San Antonio, que ocupaba esos terrenos antes de la desamortización de 1868. El exterior alterna paramentos encalados con pilastras adosadas hechas de piedra ostionera, tan típica de la costa gaditana. Un bonito arco de herradura sirve de entrada al edificio, muy sencillo por dentro, suelo de mármol y azulejo blanco hasta media pared, donde se alternan los puestos (uno de ellos convertido en capilla dedicada a la Inmaculada).

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No falta el puesto de churros con despacho a la calle.

  1. Los tenderetes callejeros ofrecen productos especiales, curiosos (lo que se vende y el vendedor). Camarones dando saltos en su caja de poliestireno, caracoles al peso, aceitunas y otros productos en salmuera para aperitivo, incluso ropa interior (más mercadillo que mercado). La plaza está dentro, pero también fuera.

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  1. Es mucho más personalizado: ves la cara al propietario del negocio, te identifica como cliente y se preocupa de que estés satisfecho. Sabe que si te trata bien, volverás.

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Yo suelo comprar en un puesto regentado por un matrimonio joven que tiene un excelente “material”, como diría mi amigo Juanma.

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A veces veo todo borroso y, entre medias, algo que se hace muy nítido, como llamando mi atención. ¿Me resisto?

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Otras veces es el propio pescadero quien enseña, orgulloso, un enorme bicho entre tatuajes, como si se prolongaran las patas azules en los antebrazos.

  1. Estás comprando productos de la zona, con lo que se apoya al pequeño empresario, autónomo o trabajador. Pescados de la bahía, atún del estrecho, tomates de las huertas de Conil o Rota, quesos payoyos de la sierra de Cádiz, etc. Y a buen precio.
  2. Casi siempre tienen mucha experiencia con sus productos, conocen su procedencia y seguramente te podrán dar alguna receta o hacerte una sugerencia de elaboración, sin necesidad de ver un programa entero de Master Chef y tener que comprar además una maquinita de nitrógeno líquido. Seguro que alguna clienta interviene dando una estupenda receta casera, es tierra de gente extrovertida y simpática.
  1. De vuelta al parking, puedes lucir algún carrito ideal . Se abre ante ti un mundo lleno de objetos de deseo para que te regalen: carritos plegables o rígidos, con dos, cuatro o seis ruedas, con asiento para que no te canses mientras esperas tu turno, con zona termo para productos congelados, con logo de marcas de lujo, etc…

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www.maronbuille.com

Como yo no pensaba comprar nada más que pescado, en vez de carrito (el que yo tengo no tiene nada de glamour, ¡apuntad, hijos y marido!), he traído una nevera ideal de las que hace mi amiga Carmen. Así puedo entretenerme un rato antes de volver a casa y disfrutar de otra de las ventajas de comprar en la plaza.

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  1. Al estar en el centro de la ciudad la oferta de bares para tomar una cervecita después de las compras es enorme. Dudo entre el Brillante (¡umm! su carpacho de atún…) o el bar Vicente y sentarme un rato en un mesa a seguir observando el ir y venir de la gente. Aunque a veces hay alguien que parece detenido en el tiempo, apoyado en una pared desconchada y con la mirada perdida.

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  1. ¡Ah! ¡Se me olvidaba el más importante! Dado que la media de edad de los usuarios de la plaza es elevada, te echan unos piropos estupendos y llegas a tu casa con la moral por las nubes. ¡Lo que no viene nada mal en estos tiempos!

 

Un comentario en “Diez razones para comprar en una plaza de abastos

  1. Yo quiero una nevera de tu amiga Carmen que es vacilona total y me viene estupendamente para el biberón de zumito y la frutita para los peques. Que a ver si con esos detalles mis amigas no se fijan en lo desastre que voy compuesta para la playa, blusones de años anteriores, bañadores de señorona para tapar los michelines que me ha dejado Rafaelito y el pelo a lo Mónica Naranjo pero en horizontal; eso sí, los niños van maqueaditos: bañadores iguales, politos a juego, zapatitos de esparto de rayas…en fin, como van los bebés de madres puretas.
    Contigo me gasto la paga en un plis, entre decorar el jardín para una merienda «fashion», encargar una lámpara eco y aficionarme a ir a las plazas de abastos a comprar lo que veo nítido, nítido, me quedo boquerón, pues eso, en agosto comemos boquerones y que nos quiten lo bailao en julio. ¡Sigue así!

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