Diez mujeres de berrea

Todos los años, por estas fechas, unas pocas elegidas recibimos un whatsapp convocándonos a una escapada al campo a ver la berrea. Esta vez los requisitos han sido: ganas de pasarlo bien y dejar los bolsos en casa (el año anterior alguna de nosotras no soltaba el bolso ya fuera en lo alto de una pick-up o paseando por la noche entre alcornoques, como si de detrás de alguno de ellos fuera a aparecer un outlet de Prada) y estar dispuesta a una terapia de grupo (lo normal entre mujeres mentalmente equilibradas). Como las plazas son limitadas y hay que confirmar pronto, nos asalta una actividad frenética: llamadas suplicando cambios en los turnos para llevar niños al colegio, salidas al supermercado para abastecer la nevera en nuestra ausencia, listas de encargos para los hijos mayores y promesas de compensación a nuestros maridos por el abandono temporal. Además de los quinientos mensajes entre nosotras para organizar el transporte, el regalito a nuestra anfitriona y el tema bebidas. Porque a ciertas edades una se vuelve un poco exigente, y no es lo mismo tomarse una cruzcampo de lata que de botellín, al gintonic hay que ponerle lima –lo del limón es muy vulgar-, la tónica tiene que ser light, el agua con gas, el vino Ramón Bilbao… y en grandes cantidades, que todas somos madres de familia y nos horroriza que falte algo en la mesa.

Casi sin resuello, pero puntuales, nos encontramos en el campo del Betis para salir todas juntas. Alguna intenta ya tentarnos con las cruzcampo que lleva en una nevera -¡llena de hielo!- en el maletero, pero la sensación de estar haciendo una botellona en el descampado es demasiado fuerte hasta para nosotras… Salimos, por fin, en dirección Córdoba con muchas ganas de pasar un día de campo y disfrutar con el espectáculo de la berrea.

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Por si alguien no lo sabe, os cuento de qué va esto. Una vez terminado el invierno, a los ciervos macho se les caen las cuernas y empiezan a crecer en su lugar unas protuberancias recubiertas de piel y pelo, que darán lugar, en pocos meses, a una nueva cornamenta. Los desmogues son indicativos de cómo serán las cuernas del venado, idéntica forma, pero aún más grandes.

Durante estos meses (entre marzo y julio) en que están echando nuevos cuernos, es muy difícil verlos, se tapan en la espesura como si se avergonzaran de su cabeza despejada. Pero cuando llega septiembre, con sus recién estrenadas cuernas, aún más hermosas que el año anterior, se saben imponentes y empieza el celo: hay que conquistar a las hembras con su apostura y un sonido impresionante que sale de sus cuellos hinchados, el berrido.

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Y si hay que pelearse con algún otro macho que les dispute su harén, pues se pelea. Es la hora de marcar territorios y elegir ciervas, alrededor de una decena, aunque dependiendo de la densidad de machos/hembras que haya en la finca pueden ser muchas más.

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Los ejemplares adultos, fuertes, guapos y con más territorio escogen primero (¿os suena de algo?). Los más jovencillos tendrán que esperar a que alguna cierva se quede libre, y ahí tendrán su oportunidad de estrenarse en la vida de adulto. Normalmente empiezan con tres años, aunque si en la finca hay muchos machos adultos tardan algo más.

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Estos varetos (cuerna de una sola punta) tienen un año y pocos meses, pues los partos suelen ser en mayo, junio o julio. El próximo año serán venados de primera cabeza. Estaban tranquilamente sentados, (un poco apartados de los machos grandes, porque esta película aún no va mucho con ellos y pueden cobrar) y los hicimos levantar con nuestra intromisión.

Este es el momento en el que los grandes ciervos, como están a otra cosa, son más descuidados a la hora de ocultarse a los humanos. Y se dejan ver, todopoderosos, pues los rifles no se ponen a punto hasta dentro de unas semanas, y ellos ya habrán cumplido con su cometido y se podrán esconder nuevamente.

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Y nosotras somos testigos, un año más, de este renacer del campo con el otoño en ciernes. Apelotonadas en la pick-up, nos lanzamos por los caminos, prismáticos y cámaras de foto al cuello, a la búsqueda de animales. Tras una media hora en la que parece que la berrea está en el mismo coche (diez mujeres juntas sin parar de hablar son capaces de acabar con toda la repoblación de Sierra Morena), decidimos que no hemos venido a Rolex sino a setas, y dejamos nuestra conversación para la cena.

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Ha llovido poco, y el paisaje tiene un colorido que en pocos días cambiará. De la gama de los amarillos, ocres y pardos pasará a la más completa gama de verdes que nos podamos imaginar.

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Vemos ciervos enormes rodeados de su harén, una maravillosa manada de gamos con sus preciosas cuernas en forma de pala, jabalíes de todos los tamaños (hembras, navajos, rayones…), incluso algún que otro muflón.

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Y acabamos la jornada reunidas en torno a una gran mesa, (y a una gran botella), disfrutando de las exquisiteces que nos preparó Charo, -un día es un día y mis amigas tienen unos tipazos-, poniéndonos al día del verano, de los hijos, de los maridos, de las suegras… porque nos encanta escaparnos, pero no podemos vivir sin ellos.

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Tuvimos que pedirle a Juarma que nos presentara al único hombre que admitimos en nuestras reuniones: Ramón (Bilbao)berrea- 13

7 comentarios en “Diez mujeres de berrea

  1. Un regalo inolvidable: una escapada al campo para desconectar y disfrutar de la berrea. Nada que ver con la berrea de Richmond Park, donde unos letreros amablemente avisan a los visitantes del peligro de acercarse a los animales porque es esa época del año en la que están especialmente «irascibles».

    Gracias Lucila por tu resumen tan completo y gracias a todos los que lo han hecho posible. Además del recuerdo de los buenos momentos vividos, en nuestras cabezas seguirán retumbando un tiempo los sobrecogedores berridos, el olor del campo y la lluvia.

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