Cuando las nuevas tecnologías se alían en tu contra

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De niña hiciste un curso para escribir a máquina con todos los dedos, querías estar preparada para transcribir una carta con rapidez (si te tocaba ser secretaria) o una detallada lista de órdenes e instrucciones (si te tocaba ser jefa). Aunque la Olivetti que te regaló tu abuelo tenía las teclas mucho más duras que los teclados de los ordenadores de años después, te sentías poderosa, segura de ti misma, ante cualquiera de ellos, incluso cuando se fueron haciendo cada vez más pequeños y empezaron a prescindir de los cables.

Fuiste de las primeras que te apuntaste a la correspondencia bancaria digital -¡qué de árboles estabas salvando al elegir que las facturas y los resúmenes de saldos de la cuenta corriente fueran a tu email en lugar de al buzón de la comunidad!-; empezaste pronto a introducir la lectura del contador de gas en un casillero que había creado tu empresa suministradora ex profeso para ahorrarse al señor que visita casa por casa (normalmente a la hora de la siesta) primero con una libreta, después con una PDA, tomando los datos del cajón de los tupperwares.

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Comprendiste enseguida que era un gran adelanto la televisión a la carta, que introduciendo una simple contraseña pudieras elegir la serie de televisión que te apetecía ver en lugar del reality de gente rara que ponen después de cenar (porque el último famoso prefabricado que identificas es Belén Esteban), o alquilar una película sin tener que ir al videoclub ni correr el riesgo de que te echen porque se te olvida devolverla a tiempo.

Claro que, la cosa se empieza a complicar cuando para cada uno de esos servicios online se requiere una contraseña específica. No sólo es que tenga que ser distinta por motivos de seguridad, es que en unos sitios valen cuatro cifras, en otros ocho, y el los más sofisticados te hacer elegir contraseñas que alternen cifras y letras, mayúsculas y minúsculas. ¿Cómo se acuerda una de todo eso? El ordenador desde el que se hacen todas esas gestiones (ordenar -como su propio nombre indica- lecturas de contador, facturas de agua, teléfono, correspondencia…) te dice, para tu tranquilidad: «¿Quiere que guarde la contraseña en el llavero?». Y tu vas, y te lo crees.

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Porque para lo que no te habías preparado es para que se dé alguna de las siguientes circunstancias, o lo que es peor, todas ellas de golpe:

Que lleves el ordenador a la tienda Apple especializada de Madrid para que te amplíe el disco duro y vaya más rápido, te cobren 600 euros y cuando llegues a casa no seas capaz de encontrar ningún documento.
Que para recuperar los datos te pida el identificador y la contraseña de Apple y no recuerdes si es la fecha de tu cumpleaños, la de tus hijos, el nombre de tu perro o tu serie favorita. Además, ¿no se acordaba el propio ordenador? Para qué tanta pregunta de «¿Desea que el ordenador guarde la contraseña?». ¿Dónde puñetas la guarda?

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Que cuando estás ya desesperada por no acordarte (has ido cambiando de serie favorita, pero ¿quién no?), decides hacer un nuevo identificador de Apple y el ordenador te dice que está ya cogido con ese correo. Y ahora, cómo le explicas al ordenador que lo tienes cogido tú, que, por favor, te lo devuelva o te dé uno nuevo?
Que cuando parece que se ha producido el milagro, ya te ha reconocido el ordenador (mira que es torpe, sólo te has puesto un tinte de pelo un poco más claro) va y te pide la contraseña de Microsoft. ¿Otra vez? ¿pero no era la misma? Y le gritas al ordenador: «¡Yo sólo quiero escribir un post!». Y tu marido se cree que le hablas a él, se acerca y te explica, pacientemente, que tu ordenador es Apple pero escribes los post en Word, que es de Microsoft, así que necesitas dos contraseñas. «¿Y me vale la del cajero?», le dices, a punto de llorar. Y cuando te dice: «¿la del BBVA o la de La Caixa?», entonces sí que lloras.

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La cara de tonto que se le pone a tu marido cuando te ve hecha un mar de lágrimas delante del ordenador y te dice: «Cariño, les dije a los de la tienda Apple que te guardaran todos los archivos, seguro que están en algún sitio. Tranquilízate y búscalos». Y tú empiezas a pensar que en cuanto salga un rato de casa le vas a guardar todos sus objetivos de las cámaras de fotos en una gran bolsa de basura de plástico negra, junto con la colección de guacos, los gemelos y la munición de las monterías. Y a ver si el sábado próximo, a las seis de la mañana, se tranquiliza y busca pacientemente todo lo que necesita para pasar un día en Sierra Morena.

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Porque tú ya no sabes si estás capacitada para ser bloguera… Aunque a última hora te acuerdas de la fórmula mágica de los informáticos: apagar y encender de nuevo. O lo que es lo mismo: «mañana será otro día». O mejor aún, la receta infalible de mi madre: «Acuéstate y verás cómo se te pasa».

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2 comentarios en “Cuando las nuevas tecnologías se alían en tu contra

  1. Buenisimo. Las tecnologías !lo que estresan!Y a los mayores para que te voy a contar…. Así hay tantos con demencia senil y alzheimer. De tanto intentar recordar como se manejan los dichosos aparatos se nos olvida todo lo demás. Es muy buena idea lo de la bolsa de basura porque ?que hago yo con el polvo (achiss!!) de los miles de libros de la biblioteca (y los que sigue comprando) y el electrónico donde caben más?? Pero a los «susodichos» ?en que bolsa los metemos? Ojú, que gusto de progresismo.

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