Un café con mister Marshall

Le recojo a las 9 en el Alfonso XII. Haciendo caso a mis advertencias, lleva una camisa de algodón ligera, unos chinos y calzado de aspecto cómodo. Y un Panamá tapando su todavía espeso pelo negro. Dispuesto a andar por una ciudad que en pocas horas comenzará a arder.

Cruzamos la Puerta de Jerez y enfilamos la Avenida. La primera parada es en Casablanca. Yo pido café solo y él con leche. El mollete de aceite y jamón es obligado, y lo engulle como se hace con los manjares que habitualmente nos están vedados, con delectación y disfrutando cada bocado. Ante su mirada apreciativa al edificio de enfrente, le cuento que es el Coliseo, de estilo regionalista, uno de los muchos edificios que se proyectan en la ciudad con motivo de la Exposición de 1929, utilizando materiales tradicionales de la zona: ladrillo visto, paños de cerámica vidriada, madera para balcones y artesonados y hierro forjado para las marquesinas y rejas.

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Sentados en las mesas altas de la calle Adolfo Rodríguez Jurado, –tal vez una de las pocas esquinas por las que corre la brisa-, apuramos el café mientras observamos cómo se acercan desde la calle Santo Tomás los coches de caballo, con el sonido de los cascos golpeando la piedra cadenciosamente; al pasar junto a nosotros, ineludiblemente, el cochero levanta la mano señalando el Coliseo y farfulla una escueta explicación, girándose en dirección a los ocupantes del vehículo: una familia de extranjeros rubios con niños aburridos desde esa hora de la mañana, una parejita joven de orientales, un matrimonio nórdico… Idéntica escena, distintos protagonistas.

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En dirección a la Catedral, nos cruzamos con varios compatriotas suyos, pantalones cortos, gorras y chanclas, -cómo es esto de que nos identificamos de lejos cuando estamos en un país distinto- y él les saluda con un casi imperceptible movimiento de cabeza.

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Nada más pasar la portada notamos el frescor de sus gruesos muros. -«Se agradece, verdad? Es la mayor catedral gótica del mundo y la tercera en tamaño de la Cristiandad”-, le comento mientras admira la grandiosidad de los espacios, la altura de las bóvedas y la magnificencia del retablo mayor. Pero disponemos de poco tiempo (le esperan en la plaza de la Virgen de los Reyes), y salimos del Templo, esquivando a un mendigo sentado bajo las arcadas y a decenas de orientales bastante jóvenes que acuden en masa, con sus outfit de marca estropeados por los palo-selfies.

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Bordeamos la Catedral por la calle Alemanes con bastante dificultad por las obras que inutilizan la acera. Le señalo la Puerta del Perdón, con sus dos arcos de herradura apuntada decorados en el trasdós con yeserías. Las hojas de las puertas están recubiertas con una lámina de bronce labrado, de época almohade, al igual que los aldabones. “El Patio de los Naranjos –le cuento- es, junto con la Giralda, alminar almohade (utilizado por los imanes para llamar a la oración a los fieles) lo único que se conserva de la mezquita aljama del siglo XII. Cuando se convierte en catedral, no se considera necesario hacer un claustro, no en vano, el sahn musulmán y el claustro cristiano son similares en configuración y usos.” “Los lugares sagrados lo son para todas las religiones. Es el reconocimiento a la espiritualidad consustancial al ser humano, sea cual sea la forma que adopte”- añade él.

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Cuando nos alejamos, me parece ver movimiento en el altorrelieve del siglo XVI que representa la expulsión de los mercaderes del Templo, como si quisieran advertir a las hordas de turistas “no os confiéis, también a vosotros os podemos expulsar”. Y San Pedro, mirando hacia abajo despectivamente, parece corroborarlo, dispuesto a lanzar la llave como arma arrojadiza.

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Al girar hacia la plaza de la Virgen de los Reyes, se para ante la monumental fachada barroca del Palacio Arzobispal. “Esto ya no es un edificio religioso, no?” “Bueno, -le digo- verdaderamente es una residencia palaciega, aunque sus moradores son los Cardenales de la Diócesis de Sevilla. Y siempre ha sido así, desde que el rey Fernando III El Santo cediera las construcciones almohades situadas en este solar a Don Remondo de Losana, el que fuera primer obispo de la ciudad.”

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“Un rey santo, mezquitas, catedrales, palacios para los obispos, conventos… qué suerte tienen ustedes, los españoles. Su historia se remonta al origen de los tiempos y en su territorio se han levantado grandiosos edificios religiosos. Un pueblo creyente en el que la espiritualidad está profunda e íntimamente unida a la cultura. ¡Han sido ustedes bendecidos por Dios!”

Y mientras sube al enorme coche negro que le llevará rápidamente al aeródromo militar, se despide repitiéndome: “Que Dios siga bendiciendo a España”.

Un golpe en el piso de arriba me hace abrir los ojos, y vuelvo la vista al periódico que tengo delante. En la foto, el presidente del gobierno en funciones y el candidato de otro partido político posan en una sala con un cuadro abstracto de fondo y una bandera azul llena de estrellitas amarillas. No veo crucifijo ni bandera de España.

Las fotos son de Lucila Vidal-Aragón

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