Yerbabuena. Las cosas tan hermosas duran poco

Se apagan las luces y comienza el espectáculo. Una música como de gong y una figura -que parece de una monja budista calva- mueve los brazos dramáticamente, al ritmo de los golpes secos. Ejercicios gimnásticos que en nada recuerdan al flamenco, salvo por el quejío intenso de un hombre que se alterna con una preciosa voz femenina con reminiscencias israelíes o egipcias, o yo qué sé… pero bella al fin y al cabo. Salen a escena unos bailarines con el torso desnudo y faldas negras de derviches turcos, que giran sin parar sobre sí mismos al son de un cante lento, desgarrado, que recuerda unas peteneras primero, luego unas seguirillas sobreponiéndose a unos mantras que hacen de fondo a los quejíos…… o qué sé yo.

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Sale Eva Yerbabuena, de negro con un bonito mantón de manila en tono arena, y pienso que voy a ver unas alegrías o unas cantiñas…Pero vuelvo a no identificar claramente la música (aunque las voces masculinas tienen una fuerza de cien gitanos juntos) y además ella se empeña en hacer movimientos secos con los brazos, convulsos, moviendo el mantón, eso sí, con enorme maestría, pero tan dramáticamente que parece un pájaro negro que despliega sus alas doradas y se contrae como si una flecha le hubiera atravesado el estómago. Incluso cuando introduce un taconeo vertiginoso, no se levanta la falda un poco para dejarnos ver cómo vuelan sus pies, como si no le interesara mucho esa faceta del baile. La verdad es que visualmente es un espectáculo precioso, pero de baile contemporáneo… o yo qué sé…

Me doy cuenta de que no tengo ni idea de flamenco, de que en cuanto me sacan de las bulerías, las soleás, las alegrías y poco más, me empiezo a perder. Sobre todo si los desdibujan o los deconstruyen. Como en los restaurantes de estrella michelín. Que va Ángel León y te pone una sobrasada y resulta que es pescado. O Dani García te presenta en una caja de zapatos un capullo de seda sobre unas hojas de morera, y para no parecer una paleta, vas y te lo comes, para descubrir aliviada que sabe a foie y a parmesano. Nada es lo que parece, y salvo que seas un entendido en gastronomía, no te enteras de lo que estás comiendo. A menos que te lo expliquen. ¡Y aunque te sepa buenísimo!

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Así que me empiezo a poner nerviosa deseando que sea mañana para leer la crítica de Alberto García Reyes, a ver si así me aclaro un poco lo que estoy viendo: si un repaso por todas las culturas del mundo, una fusión de oriente y occidente, la película del Rey León (la chica de voz maravillosa y cabello trenzado en alto parece imitar al padre de Simba cuando lo ofrece en alto mirando al cielo)… o yo qué sé.

Al menos identifico a José Valencia, pregonando de esa forma tan característica con su voz enorme. Pasando el ecuador del espectáculo y cuando ya creo que no voy a ver nada de flamenco tradicional–al menos reconocible por mí- dos bailaores se marcan una soleá preciosa, que arranca aplausos enardecidos del público. Pero pienso ¿dónde estás, Eva?

La sorpresa, como en todas las cosas bien planeadas, llega al final. Eva se emplea a fondo para que no nos olvidemos que baila por soleares, por tangos, por lo que sea, como las mejores bailaoras clásicas. Vestida con una blusa verde y falda negra, demuestra por qué es una figura del flamenco internacionalmente reconocida. El fin de fiesta, ella sola rodeada de hombres portentosos que se pisan cantándole bulerías, es de lo mejor que he disfrutado en mucho tiempo, hasta consigo dejar de ver el look verdi-negro tan poco favorecedor. Sólo por eso hubiera valido la pena pagar la entrada.

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Pero nos tenía reservado un regalo último: dos cuplés por bulerías que quisiera guardar para siempre en un cajón privilegiado de mi cuarto de maravillas. «Sin firmar un documento, sin mediar un previo aviso…». Eva mueve las manos como en un temblor de emoción de mujer enamorada que nos contagia, y se deja querer y acariciar por la voz dulce de hombre… Aparece con un mantón rojo Valencia, mientras entona con muchísimo sentimiento y una voz grave y penetrante «Se nos rompió el amor de tanto usarlo, de tanto loco abrazo sin medida…». Eva se le acerca despacio y se gira para dejarse colocar el mantón por el cantaor, apenas rozándola. «Me alimenté de ti por mucho tiempo», y la furia en la voz se repite en los remates, -«nos devoramos vivos como fieras»- uno detrás de otro, para poner a todo el Maestranza en carne de gallina. Y yo quiero llorar, o gritar, o reir… o qué sé yo. ¿Por qué las cosas tan hermosas duran poco?

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Fotos: J.M. Serrano

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