Cómo huir del estrés de la pre-Navidad

Inaugurar el mes de diciembre en el calendario genera un poquito de estrés. La Navidad está al caer, con lo que supone de comidas, zambombas flamencas, mercadillos solidarios, recogidas de alimentos, vestidos de más o menos gala en los que intentar embutirse, reencuentros familiares, compra de regalos, decoración de las casas, preparación de menús, aprovisionamiento de vinos (el otro día subieron a casa las cajas de un pedido que hice a un amigo que trabaja en Osborne y desde entonces el portero me mira de otra forma). Ante esta avalancha de obligaciones que se avecina no queda más remedio que coger fuerzas. Y eso cada uno lo hace como quiere… o como puede.

La gente muy organizada hace listas de tareas, que programa escrupulosamente en una agenda y ejecuta a rajatabla. El que todo esté bajo control, que nada escape a la improvisación, que cada compra tenga su momento asignado, les da tranquilidad. Estas personas afortunadas ya saben que el sábado próximo aprovecharán la mañana para comprar los regalos que faltan (la mayor parte de ellos están ya envueltos y guardados –con el nombre del destinatario- en un altillo) y por la tarde bajarán del trastero el árbol de Navidad, para montarlo y decorarlos con los hijos. De los adornos se han ocupado estos días: una cinta nueva dorada y esas bolas de yute para darle un aire más natural.

Pero también están los que son incapaces de tenerlo todo previsto, porque saben que basta que haya una programación rigurosa para que estén deseando saltársela. Y en ese grupo me encuentro yo, para desconcierto de muchos de los que me rodean. Así que, en lugar de dedicar la tarde a definir los regalos de Reyes que haré a cada miembro de mi familia, a comprobar si tengo los adornos suficientes para el árbol o el menú que pondré en la cena de Nochebuena, me voy a ir al cine a desconectar la mente. Para estar preparada para lo que se avecina… ¡que no me digáis que no es un follón!

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Como de lo que se trata es de vaciar la cabeza, me decido por la película Animales Fantásticos y dónde encontrarlos (sí, reconozco que he leído todos los libros de Harry Potter). En los cines de Plaza de Armas, por supuesto, porque no se me ocurre un sitio más adecuado para ver una película de J.K. Rowling. La magnífica estructura de hierro y ladrillo (una bella simbiosis de los estilos Eiffel y mudéjar) inaugurada en 1901, con los módulos centrales añadidos para usos comerciales y sus pasarelas elevadas, es el escenario perfecto para el mundo mágico. Tan vacía, tan fantasmagórica, apenas unos transeúntes la cruzan para comprar en el Mercadona de la planta inferior (¿veis? Un doble mundo: arriba el mágico, abajo el prosaico). Los animales del tiovivo de aire retro parecen moverse solos y el chico que vende las entradas a la vez que despacha palomitas y comprueba que el sonido en la sala sea el adecuado, podría, una vez hechas todas estas tareas, meterse corriendo en la pantalla para encarnar al pobre squib sin poderes mágicos.

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Absolutamente nadie en la sala, sin poderme quitar el abrigo del frío que hace (ya comprendo que para mí sola no les compensa poner la calefacción), me divierto con la película, aunque me parece que abusan de los efectos especiales y me pone un poco nerviosa la cara de tonto que tiene durante toda la película el actor pelirrojo. Lo que más me gusta es que, cuando salgo de la sala, me hace ver la antigua estación de Córdoba con otros ojos, más imaginativos, más de niña, más libres.

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No me cabe duda de que, si la escritora inglesa hubiera nacido en Sevilla (qué bonito oxímoron), Newt Scamander se pasearía por esta estación de trenes con sus animales fantásticos: el escarbato se escondería tras las mantas de patchwork de la mercería de la planta baja, los retratos a lápiz de uno de los escaparates nos espiarían y se moverían a nuestro paso y el bowtrckle (o cómo se llame el bicho con aspecto de rama) se ocultaría en la solapa del cubano que enseña a bailar salsa, merengue y mambo en la sala alta del edificio, bajo un avioneta Piper Cub amarilla de la época en la que se sitúa la trama de la película.

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Y el sábado próximo, en vez de bajar el árbol o comprar los regalos de Reyes, me iré a montar las mesas y colocar los Dulces de Convento en el Alcázar, luego me tomaré una cervecita con el resto de voluntarias, por la tarde me daré una vuelta por Zara Home para ver si aún quedan esas bolas tipo pincho mid-century que me encantaron el otro día, aunque no peguen mucho con el resto de adornos de mi árbol, y por la noche haré la lista de la compra para Nochebuena. O no.

 

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