Delicias de Convento todo el año

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La semana pasada vinieron unos amigos a cenar a casa. Tenía pensado hacer fotos a la mesa puesta con los bajo platos que le compré a Juani en Vejer y mi vajilla portuguesa, incluso contar la receta de los espaguetis con carabineros que aprendí durante mi estancia en Roma gracias a Spadino, el magnífico cocinero de Le Mani in Pasta. Pero como pasa muchas veces, el tiempo se me echó encima… así que, ni fotos, ni receta. Pero lo peor de todo fue que no caí en fotografiar el postre tan increíble que trajeron mis amigos: un tocino de cielo hecho por unas monjas de El Puerto de Santa María. Bueno de verdad, nada de fécula ni almidones, solo yema y almíbar.

Así que hoy, con mi fotógrafa favorita, me lanzo a la calle dispuesta a localizar el Convento y ver si puedo conocer a estas monjas que, seguro, se van a convertir en un lugar de referencia en mis compras dulces del futuro. Porque no hay que esperar a navidad para degustar las delicias de convento.

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Está en la calle Espíritu Santo sin número, haciendo esquina con Pozos Dulces, casi en el Guadalete. Es el convento más antiguo de la ciudad (s. XVI) aunque ha sido objeto de muchas reformas. Llamamos al timbre y una hermana morenita –que asoma detrás del torno- nos hace pasar a un zaguán con un zócalo de azulejos y un banco de madera bajo la imagen del fundador de la Orden Santi Spiritus, el Beato Guido de Montpelier, mientras esperamos que nos atienda la hermana María.

Española (portuense, para ser más precisos) e hija de militar y maestra, nos recibe con una sonrisa y nos habla un poco del Convento. Son 17 hermanas, tres de Kenia que llevan veinte años, otras dos africanas que llevan cinco años, dos profesas solemnes mejicanas, otras dos profesas simples también extranjeras … ya sabemos la falta de vocaciones aquí. Nos explica el camino que siguen en su formación: se entra de aspirante y se convive con las monjas durante un tiempo indeterminado a cargo de una formadora. Cuando tanto una como otra consideran llegado el momento, se visten de postulantas y hacen un año completo, tras el que ya pueden pedir empezar el noviciado. Después, pasarán dos años, renovables dos más, ya de profesa simple (llevan el velo negro pero no llevan anillo). En total cinco años mínimo hasta ser profesa solemne. -«Aunque nunca se acaba una de formar».

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Viven de su trabajo, porque tienen un voluntariado muy bueno que les ayuda a vender los dulces (empezaron en la Plaza Peral y acabaron llamando a los ayuntamientos de los alrededores para que les cediera espacios para exhibir los productos). Este año un sacerdote les ha vendido bastantes dulces en Sancti Petri, con lo que pueden comprar los ingredientes para la campaña de dulces de noviembre (es un poco antes que otros conventos, porque así tienen algo de margen si les sobran productos). Además de yemas, roscos de miel, pestiños de chocolate, perrunillas, roscos del buen paladar, sultanas, trufas, mantecados de vainilla, canela y chocolate, especialidades polacas, madalenas de aceite de oliva, tortas de polvorón y otras muchas variedades conventuales, también hacen por encargo tocinos de cielo (yo doy fe de lo buenísimos que están), tartas de manzana y trenzas de hojaldre. Los dueños de Vinagres de Yema compran todos los años para sus trabajadores y el club de Vistahermosa también les encarga tocinos de cielos y otros postres. La encomienda –la cruz doble- aromatizada con zumo de naranja natural y vino, es el dulce característico de su convento.

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También hacen bordados a máquina, en toallas, en juegos de sábanas, cojines… mucho motivo infantil, porque es lo que sale mejor, pero también cualquier cosa que se les pida. La hermana María busca inspiración en internet («se lleva mucho el negro, pero yo no me atrevo a hacer unas toallas así, me parecen de luto», dice entre risas). Bordados para ropa de colegio, mantelitos de Navidad, pañuelos para ajuar con las iniciales, etc. Están pendientes, en breve, de inaugurar un nuevo torno para la venta de dulces en la misma calle del colegio, Albareda, para que no coincidan los compradores (muchos son turistas) con el montón de pobres a los que alimentan a diario.

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Se nos pasa volando el tiempo con la hermana María, hablando de cómo fue su conversión, de cuando entró en el Monasterio y fue creciendo en su fe, pasando de novicia, profesa, profesa solemne; de las enfermedades que limitan la capacidad de hacer cosas, que nos obligan a humillarnos, de la aceptación de la voluntad del Señor, de cómo hay que confiar en que Él nos elige el camino… «Tú crees que lo has dejado todo y el Señor te hace ver que tienes que dejar más… eso es lo que he aprendido en mi vida, que sigo atada , que hago dioses de cosas, que todavía tengo que dejar más cosas…» Sus padres de ochenta y noventa años, a cinco minutos de aquí…«solo cuando están en gravedad podemos verlos». Se ha incorporado a la conversación Begoña, una señora que acaba de llegar a verla, simpática como ella, y continuamos hablando de su ahijado jesuita que acaba de volver de Cuba, del próximo traslado de mi hija a Zurich y la promesa de que rezará por ella. Salimos emocionadas y agradecidas por el testimonio que acabamos de vivir. Y claro, ¡con una bolsa repleta de calorías que intentaré llevar sin abrir a casa de mis padres!

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Podéis conocerlas mejor en su página web.

Las fotos son de Lucila Vidal-Aragón

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