Antropología del coleccionismo

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Salgo de casa una mañana húmeda de otoño que por fin anticipa lluvia. Mi idea es localizar alguna vajilla que me guste para una comida propia de esta época del año, con productos de temporada y colores otoñales. Pero como nos pasa a los dispersos como yo, de pronto fijo la vista en un comercio nuevo, en un local pequeño que antes tenía ropa de niños -creo- y ahora un revoltijo de objetos curiosos que me obligan, como si estuviéramos ellos y yo imantados, a dirigir los pasos hasta allí. Dentro, con una mano escayolada, está Gloria, la artífice de ese gabinete de curiosidades. Fotógrafa de profesión, en esta aventura que inicia apenas hace un mes exhibe el resultado de muchos años de acumulación de piezas distintas: cajas de lata pintadas, jarrones, vasos y figuras de cristal, bodegones al óleo de mediados del siglo pasado, pequeños muebles curiosos, bisutería antigua, polveras, revistas, postales, y cómo no, fotografías antiguas.

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Después de charlar con ella un rato que se me hace corto y asegurarle que volveré a seguir curioseando entre sus cosas, me voy a casa pensando que necesito urgentemente una caja con la imagen de Balduino de Bélgica. Y la de hilos de crochet Cometa, y la de esmalte, y …

¿Qué es lo que nos hace desear acumular objetos de una categoría determinada? Según la RAE, una colección es el conjunto ordenado de cosas, por lo común de una misma clase y reunidas por su especial interés o valor. Es, por tanto, una agrupación y la consecuente organización. No consiste solo en recolectar cosas de una determinada categoría, parece implícito que hay que organizarlos y ordenarlos, ya sea para su exhibición o para el disfrute privado. Me quedo tranquila: ¡yo no soy una coleccionista!

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Sí lo son mi amigo Paco, que atesora caracolas encontradas por él mismo en el fondo de los mares o compradas en subastas online. También Laura, que reúne etiquetas adhesivas de cualquier tipo de comercio. O Paloma, que nos pide que le traigamos jabones de los hoteles en los que nos alojamos. Porque hay tantos tipos de coleccionismo como gusto de las personas que a ello se dedican; algunos tan generalizados que han creado mercados propios para comprar o compartir, como los sellos, las monedas, los libros, los discos de vinilo, etc.

En la mayoría de estos casos existe una palabra para definir ese coleccionismo específico: bibliofilia, numismática, hemerofilia. Otras veces, las palabras son dignas de un concurso televisivo: por ejemplo la cervisiafilia que es el coleccionismo de todos los relacionado con la cerveza (¿qué sevillano no conoce la Cervecería Internacional?). O la filolumenia o coleccionismo de cajas de cerillas.

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Normalmente el coleccionista tiene afán exhaustivo: busca tener el mayor número posible de ejemplares, aunque en muchos casos es una tarea imposible, romántica. Alguna vez puede ser de naturaleza finita (todos los ejemplares publicados de las obras de Jane Austen) pero dudo que una vez completada la colección no se desplace el deseo de acaparar a otros objetos (ya que tengo todas las obras de Jane Austen, quiero las de Charlotte Brontë).

Un libro muy interesante que indaga el por qué de nuestra querencia a poseer es “El coleccionista apasionado”, de Philipp Blom. Analiza qué secreto deseo es el que nos impulsa a acumular rarezas y tesoros desde tiempo inmemorial (¿contener y poner en orden el caos, superar nuestra naturaleza perecedera?) y hace un repaso a la historia del coleccionismo. Su interés se centra especialmente en una tradición que luego será marginada por la Ilustración y el Racionalismo, que buscan compilar y ordenar el conocimiento. Porque es verdad que el concepto de museo tal y como hoy lo conocemos surge con la Revolución Francesa, cuando las colecciones se especializan y se ordenan por escuelas, por cronologías, por espacios geográficos, etc. Sin embargo, el culto por lo raro, lo atípico, lo desconocido, lo excepcional, en definitiva la cultura de la curiosidad es consustancial a la naturaleza humana y existe desde tiempo inmemorial, desde que Tutankamon acumulaba cerámica, hasta los gabinetes de maravillas de Rodolfo II, pasando por las más de siete mil reliquias que Felipe II hizo recopilar.

El coleccionista como antropólogo cultural: conquista y posesión, caos y memoria, un vacío que colmar. La colección como voluntad de perdurar. Después de releer lo escrito, me doy cuenta de que yo también colecciono, a un ritmo implacable desde hace tres años, una cosa a la semana, aunque sea intangible… porque ¿qué es si no mi Cuarto de Maravillas?

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Gracias a Gloria, de El Desván de Bartleby, por dejarme usar las fotos de sus cajas antiguas para ilustrar mi post.

La semana que viene, de verdad, os enseñaré una mesa de otoño. Si no se me cruza otra cosa por el camino…

Un comentario en “Antropología del coleccionismo

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