Cuando la película se cruza en tu camino

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¿Por qué elegimos una película y no otra? ¿Qué nos impulsa a buscar en la cartelera de nuestra ciudad el lugar y la hora de una determinada proyección? Unas veces es una crítica en un periódico, en la radio o en cualquier otro medio lo que desencadena el deseo de ver una película. Otras puede ser la recomendación directa de un conocido cuyo gusto coincide con el nuestro o tal vez hayamos leído el libro en el que se basa el guión. Y en algún caso extraño es la película la que se cruza en tu camino, la que te arrolla sin que sepas nada de ella. Eso es lo que me ha ocurrido a mí con Amor a la Siciliana, película recién estrenada en España.

Hace dos años, también en octubre, un grupo de amigas tomamos uno de los últimos vuelos directos de Sevilla a Palermo, operado por Ryanair. Era mi segunda vez en Palermo, la primera exclusivamente de turismo (había estado antes en un congreso de restauración y apenas tuve tiempo de pasear por la ciudad y acercarme a Monreale) y disponíamos de tres días por delante. Uno de ellos decidimos dedicarlo a conocer las ruinas de Segesta y subir a la ciudad de Erice, a 751 metros de altura sobre el monte San Giuliano dominando las salinas de Trapani y las islas Egadi al fondo. La subida en el funicular ya nos pareció increíble, como si voláramos, sobre un paisaje de una gran belleza, pero pasear por las calles empedradas en cuesta nos terminó de enamorar.

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Cuando llegamos a la Piazza Umberto, centro de la vida social de Erice, nos encontramos una aglomeración de gente vestida al modo de un pueblo humilde de los años cuarenta: los hombres con pantalones de sarga basta en colores marrones, las chicas con tristes vestidos de algodón a media pierna y los niños con pantalones muy cortitos de tirantes, las rodillas sucias y los zapatos gastados. Estaban rodando una película, nos dijeron. Un viejo camión en mitad de la plaza con insignias del ejército americano,  banderolas colgando de los balcones celebrando la  llegada de los Aliados junto a ropa tendida y militares con bigotito y botas altas fumando un cigarro de medio lado.

Un matrimonio de mediana edad que hacía de extra (él con chaqueta pardusca y boina y ella con pañoleta en el pelo) nos pidió, mirando de reojo para que nadie les viera, que le hiciéramos fotos con su propio móvil, como si fuera el nuestro. -«Es que a usted no se lo van a impedir, nosotros tenemos prohibido hacernos fotos, no quieren que se divulguen datos de la película», nos dijo el marido pasándonos el móvil con disimulo y posando con cara de orgullo, tal vez para enseñárselo el día de mañana a un nieto o presumir con los amigos.

Preguntamos el título de la película: In guerra per amore… y después de observar durante un rato el ir y venir de gente de hace setenta años, seguimos nuestro camino, convencidas de que jamás volveríamos a oír hablar de esa película. Porque claramente tenía un tono local, como de andar por casa, absolutamente alejado de las grandes producciones americanas. Imposible que llegue a España.

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Pero las películas locales se han puesto de moda (los apellidos vascos, bienvenidos al sur, al norte, etc), sin necesidad de grandísimos presupuestos, mostrando la vida corriente de la gente de una región determinada, ya sea en la actualidad o con afán historicista. La localización en la isla de Sicilia -convertida en punto estratégico durante la Segunda Guerra Mundial-, con esas playas de roca blanca acariciada por un mar turquesa (tal vez la Scala dei Turchi, que tuve la fortuna de ver la tercera vez que visité la isla), los pueblos de suelos empedrados formando cuadros, los olivos, chumberas y almendros, etc., hacen innecesarios unos decorados costosos. La belleza está servida.

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Pierfrancesco Diliberto conocido como Pif, es un presentador de televisión siciliano que hace cuatro años debutó como cineasta con «La mafia uccide solo d’estate» («La mafia sólo mata en verano»). En esta segunda película, «Amor a la siciliana», que al modo de Benigni, escribe, dirige y protagoniza, encarna a un emigrante italiano que vive en EEUU y está enamorado de la hija de su jefe, dueño de un restaurante. Un tipo desventurado, simple, ni guapo ni feo, que para poder casarse con su amada tiene que alistarse en el ejército americano para viajar a la isla en pleno desembarco de los Aliados. Utilizando la caricatura y el sentido del humor, el autor denuncia cómo las tropas aliadas utilizan a los capos para lograr sus objetivos, pagándoles con cargos y abandonando cualquier tentativa de control sobre la Mafia; dejado a Sicilia, y por extensión a Italia, en manos de los poderes criminales por un largo período de tiempo. El alegato final del capo mafioso, con la música in crescendo, consigue un tono más dramático que las escenas de dolor de un niño que ha perdido a su padre o de la muerte equivocada del hombre bueno. «¡Nosotros, que hemos sobrevivido a todo, a las guerras, a los fascistas, a los nazis, sobreviviremos también a los comunistas, porque en este pueblo, nosotros somos la democracia!».

La película ha arrasado en su país, con más de cuatro millones de espectadores y seis candidaturas en los David di Donatello. Yo he pasado un buen rato. Que no es poco.

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Fotos: Cuarto de Maravillas

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