Diez cosas que hacer en Zúrich (aprovechando el vuelo directo de Edelwaiss)

La primera vez que vine a Zúrich, hace bastantes años, me alojé tres días en el Baur au Lac, un maravilloso hotel considerado de los más lujosos del mundo, que pertenece a la misma familia desde hace seis generaciones. Está junto al lago y tiene un precioso jardín que se asoma a él. La segunda vez me quedé en un piso dúplex en un moderno edificio de apartamentos cerca del río Sihl y a tiro de piedra del krais 1, el centro de la ciudad. La tercera vez en un tercero sin ascensor en el barrio alternativo de los judíos en el kreis 4, en la casa que mi hija comparte con una chica sueca. Y aquí acabo de estar de nuevo, cinco días de este inicio del mes de marzo, en medio de una ola de frío y temporal que asola toda Europa.

A pesar de este aparente empeoramiento de mis condiciones, cada vez me gusta más volver a Zúrich. Porque he pasado de ser una turista a una viajera capaz de patear la ciudad sin necesidad de mirar un plano, de manejarse en transporte público con una sencilla aplicación y de disfrutar haciendo la compra en los mercados semanales para dar una cena para 15 personas.

 Os voy a contar lo que me gusta hacer cada vez que vengo.

Pasear un día soleado por Bellevue, en la orilla izquierda del lago, observando la cantidad de gente variopinta que va de un lado a otro, sin prisas, disfrutando de un entorno natural con aves acuáticas, embarcaderos para bonitos veleros, músicos callejeros de calidad, acróbatas… Y tomar una salchicha con mostaza y kétchup en un banco de madera a la vuelta del paseo, en el kiosco que hay entre el edificio de la ópera y el lago.

Lucila Rodriguez de AustriaLucila Rodriguez de AustriaLucila Rodriguez de Austria

Acudir al mercado de Helvetia Platz –tiene que ser martes o viernes- donde granjeros de los pueblos de alrededor llevan sus productos frescos. Flores, coles de todo tipo, verduras poco habituales para los españoles, carnes, encurtidos, especialidades locales y quesos. Lo mejor, una mantequilla casera con trozos de sal gorda que vende un señor muy amable (aunque te aplique un cambio de moneda one to one) en uno de los puestos de madera.

Lucila Rodriguez de AustriaAgustín Vidal-Aragón de Olives

Sentarme tranquilamente por la mañana en la capilla central de Fraumünster a descifrar las vidrieras que Marc Chagall realizó con más de 80 años, y entender por qué la espiritualidad también entra por la piel. Comprar una postal con la escena de la Maternidad para iluminar por detrás en la Navidad del próximo año, recordando que las iglesias protestantes se adornan con juegos de luces al atravesar el sol los vitrales.

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Acercarme a Zürich West, la zona más moderna y alternativa, bastante desconocida hasta hace poco. En los bajos del acueducto hay tiendas de decoración muy trendy donde seguro encuentras algo para actualizar tu casa, además de restaurantes frecuentados por jóvenes y con menús estupendos a un precio bastante mejor que en el casco histórico.

Tomar un negroni (¡sólo uno!) -un cocktail consistente en determinada proporción de campari, ginebra y vermouth- en Sacchi, o un hot russian en Raygrodsky, unos locales en la calle Sihlfeldstrasse, o un ramen _si consigues mesa- en el japonés de al lado. Y mirar a la gente guapa poniendo cara de «soy muy trendy, pero aborrezco los locales de moda».

Agustín Vidal-Aragón de OlivesAgustín Vidal-Aragón de Olives

Reservar un par de horas para visitar el Kunsthaus o Museo de Bellas Artes, pequeño, pero con una representación de obras muy selecta: desde primitivos flamencos, maestros barrocos, paisajistas venecianos …hasta las obras más actuales. Te podrías pasar horas mirando unos nenúfares de Monet, alguno de los cuadros de Delauny, Kandinsky o Chagall. Por supuesto, hay una sala entera dedicada a Giacometti, el artista suizo por excelencia. (el Roger Federer de las artes plásticas).

Tomar un café con un par de trufas o de luxemburgerli (un minúsculo y cremoso macaron) en Sprungli, en Paradeplatz, en alguna de las mesas con vistas a Fraumünster, aunque no esperes que te recuerde al Ladourée de la rue Bonaparte en París, sino más bien el Horno de San Buenaventura de la Avenida de la Constitución en Sevilla (con sus pro y sus contra).

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Subir en el tren cremallera al Dolder -uno de los dos montes que arropan Zúrich-, pasear por el bosque de abetos un día de nieve y entrar en calor con una fondue en el restaurante Adlisberg o en Degenried (el favorito de mi hija). Aunque si eres de los que prefiere un restaurante con dos estrellas Michelin estás de suerte: en el hotel The Dolder Grand, además de las vistas increíbles, podrás disfrutar de los elaborados platos del chef Heiko Nieder.

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Contemplar las vistas de Zúrich desde el lado opuesto, en la cima de Uetliberg. Si, como me ha pasado esta vez, te pilla nevando, abrígate bien porque el viento a 871 m. de altitud te cortará la cara. A cambio de las vistas, fíjate en las farolas con forma de animales creadas por Bruno Weber, un artista suizo muy admirado, y asómbrate viendo cómo descienden en trineo niños de poca edad ante la mirada tranquila de sus padres.

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Agustín Vidal-Aragón de Olives

Dedicarle una mañana a Rapperswil, la ciudad de las rosas, a media hora en tren desde la Estación Central de Zúrich -disfrutando de las vistas de la orilla del lago de un extremo a otro-. Pasear por su casco antiguo, observando las casas de fachadas medievales que en los locales bajos albergan interesantes tiendas de decoración o agradables cafeterías. Subir por la bella escalera doble de piedra hacia el castillo para admirar las vistas en la parte más meridional del lago, como si estuvieras en una isla, y luego visitar la capilla Liebfrauen , la iglesia de St Johann y el jardín de rosas (o sus retorcidos esqueletos si vas, como yo, en invierno). Acabar con un paseo por el puente de madera más largo de Europa.

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Os aseguro que, aunque la primera impresión de Zúrich pueda ser una ciudad siempre en obras con las calles llenas de cables para el tranvía, a medida que la conoces te va gustando más y más. Descubres tranquilos rincones junto a alguno de los canales o ríos que la atraviesan, objetos exquisitos de decoración y muebles de diseño, tiendas con la ropa de hombre más bonita que hayas visto y las papelerías más sofisticadas… en definitiva, una ciudad viva que no deja de sorprenderte, capaz de pasar de -10ºC a +10ºC en 24 horas, de nevar copiosamente a lucir un sol radiante. Todo lo necesario para engancharte.

Fotos: Cuarto de Maravillas y Agustín Vidal-Aragón

2 comentarios en “Diez cosas que hacer en Zúrich (aprovechando el vuelo directo de Edelwaiss)

  1. Querida Lucila:

    Qué bonita descripción y cómo has acertado en todo, parece que lleves 10 años viviendo aquí !

    La undécima maravilla de estar en Zúrich contigo sería probar tu pastel de berenjena.

    Hasta pronto !!
    Natalia

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