«Nosotros en la noche». Desnudar el alma cuando ya no se puede desnudar el cuerpo.

Tenía pensado, en estas primeras semanas de septiembre, escribir sobre los libros que he leído en verano. Que no necesariamente son los que metes en la maleta en julio, los que trasladas a tu lugar de vacaciones. Porque a veces, sin saber por qué, se cruzan otros en tu camino, te los regala algún amigo, te los presta alguien al que le ha subyugado. Y se tuercen tus planes. Así que tengo que reconoceros que sólo he leído un par de los de la lista que me hice: «El barquito chiquitito» de Tabucchi y «Siempre hemos vivido en el castillo» de Shirley Jackson.

Después se me cruzaron «La natura expuesta», de Erri de Luca (bellísimo),« Actos obscenos en lugar privado», de Marco Missiroli (entretenido), algún otro que no pienso ni recordar el título… y «Nosotros en la noche», de Kent Harouf. Como no siempre hago lo que digo –ni siquiera lo que me he propuesto al empezar esta entrada-, no me queda más remedio que hablaros de esta última novela. Porque ayer por la noche, buscando alguna película en Netflix, me saltó (o debo decir «me asaltó»”) Robert Redford en el papel de Louis Waters, el protagonista, junto con Jane Fonda, de la película que se estrenó en 2017 basada en el libro de Harouf.

Nacido en Colorado en 1943 y fallecido en 2014, antes de dedicarse a escribir Harouf trabajó en la construcción, en hospitales, en orfanatos, hasta en una granja de pollos. Sólo escribió seis libros en una vida razonablemente larga, el primero de ellos publicado en 1984, «The tie that binds», con el que inauguró una serie de importantes premios literarios. «Plainsong» (1990) se convirtió en bestseller, nueve años después de su segunda novela: «Where you once belonged» (1990). Le siguieron «Eventide» (2004) y «Benediction» (2013). «Our souls at night», publicada en español por Random House en 2016, la escribió después de diagnosticársele una enfermedad terminal, corrigiéndola justo antes de morir.

Todas sus novelas están ambientadas en Holt, una ciudad ficticia de Colorado, similar a tantas otras. La ciudad es protagonista como un ente vivo, una pequeña comunidad de personas que van al bar, cantan en la iglesia, cuidan sus jardines. Vidas rurales, de familias destrozadas, poco convencionales: huérfanos que son cuidados por sus abuelos, mujeres abandonadas por sus maridos, ancianos solitarios. Personajes profundos, complicados, que arrastran sus miedos, traumas y soledad.

 

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«Nosotros en la noche» es una novela intimista, en la que no hay más acción que un día a día de comprar en el supermercado con una vecina, tomar un café en un bar o hacer acampada con un nieto. Sutilmente, sin estridencias, se va sucediendo delante de nosotros la vida de Addie Moore y de Louis Waters, dos viudos de setenta años que son vecinos en una pequeña ciudad americana, uno de esos pueblos de casas de madera con jardines delanteros, donde los vecinos se espían tras los visillos. Todo comienza cuando Addie llama a la puerta de Louis para hacerle una extraña propuesta: «Me preguntaba si querrías venir alguna vez a casa a dormir conmigo».

El lenguaje utilizado es tan sencillo que a veces parece casi infantil, ingenuo. Frases cortas, concisas, diálogos poco historiados, directos, en los que al no usar guion introductorio se confunde a veces lo que se dice con lo que se piensa. Como de gente que no tiene ya tiempo de tonterías, de circunloquios. Al grano. Me encanta la primera frase del libro: «Y entonces llegó el día en que Addie Moore pasó a visitar a Louis Waters». Con una «Y» que nos sugiere que la historia es la continuación de otra cosa, no el comienzo. Que estamos en un punto en el que se mira más atrás que adelante, aunque no por eso deje de haber futuro.

La película refleja bastante bien lo que nos imaginamos al leer la novela. Louis es Robert Redford, muy delgado, un poco encorvado, con ese pelo suyo tan característico (¿se lo teñirá?) y muy pocas canas. Addie es una Jane Fonda a la que me cuesta reconocer, demasiado operada la cara, aunque atractiva todavía. Lleva el pelo gris con flequillo, recogido con una pinza, que se suelta para acostarse (me recuerda a mi abuela Paz, que tenía el pelo largo pero siempre recogido en un moño de trenza, salvo cuando lo lavaba y dejaba secar al aire). La casa tiene la fachada de lamas de madera pintada en verde claro con las ventanas remarcadas en blanco, las paredes de las habitaciones empapeladas con flores. Todo ordenado, recogido, con aire de serenidad.

En la película vemos salir a Louis al atardecer con una bolsa de papel, en la que lleva el pijama y el cepillo de dientes, y llamar por la puerta trasera a la casa de Addie, para que no le vea nadie. Pero no hemos visto (como casi siempre, el libro es mucho más) cómo por la mañana ha acudido a la barbería a cortarse el pelo y afeitarse cuidadosamente, y justo antes de salir se ha dado una ducha larga y caliente, se ha cortado las uñas de las manos y de los pies. Ha cenado ligero, para no sentirse pesado en la cama de su vecina. Hay escenas en la película, sin embargo, que sugieren el cuidado que pone en su aspecto, como cuando elige una camisa entre un montón, todas de cuadros muy similares y muy bien planchadas. «¿Qué haces aquí atrás?», le pregunta ella. Está harta de hacer caso de lo que piense la gente.

«Nosotros en la noche» no es sólo una historia de soledades y tristeza al borde de la ancianidad. También es un canto a la esperanza, a la posibilidad de reconciliarse con uno mismo al final de la vida, a ser capaz de vivir sin ataduras, sin miedo al qué dirán, a buscar calor humano en las largas noches de insomnio. Una historia tierna y deliciosa, donde las mujeres vuelven a ser las pioneras, las atrevidas, las que rompen convencionalismos. Donde los hijos son más intransigentes que los padres, menos sabios, menos libres. Donde desnudar el alma es lo que queda cuando casi no se puede desnudar el cuerpo.

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