Un lugar donde aprender a pintar vajillas y cristalerías

Lucila

Mari Francis y Lourdes son amigas desde su infancia en Écija. Se conocen tanto que los tiempos los miden de forma distinta a los demás («vuelvo a Sevilla cuando mi hijo tiene diez años«, «su madre se murió el año que se casó María») normalmente con referencias a personas y hechos que forman parte de un mundo compartido entre ellas, ajeno a las demás. Se complementan a la perfección porque tienen caracteres muy distintos. Lourdes es nerviosa en su día a día, pero metódica pintando. Mari Francis es tranquila, pero sus manos se mueven a toda velocidad cuando empuña los pinceles. Aparentemente caótica, tiene una necesidad imperiosa de experimentar. Una vuela, la otra asienta los pies en la tierra con fuerza. Por eso una estudia Bellas Artes y la otra Farmacia.

Una cuñada de Pilar, hermana de Lourdes (¿veis? ya hablo yo como ellas) que había vivido varios años en París, empieza a hablarles de la porcelana. Pero el virus les ataca en cuanto ven una vajilla pintada por ella, ya no hay vuelta atrás. Y en una visita de dos días a Madrid se vuelven con un plato cada una, hecho a toda prisa, y un horno que no saben bien cómo usar. Lo instalan en el estudio donde imparte clases de pintura Mari Francis, al principio en una esquina, poco a poco ganando más terreno (las mismas alumnas de pintura se van cambiando a porcelana, porque este virus es muy contagioso).

Pero antes han tenido que aprender ellas, de forma autodidacta, pruebas y más pruebas durante meses, con distintos materiales, pigmentos y tiempos. Les pasa de todo, desde derretírseles una fuente dentro del horno -¡ay, que no siempre es fácil distinguir la porcelana del arcopal!- con el consiguiente desastre, a rajarse los platos o quemarse los pigmentos. Este proceso de prueba-error es parte de la diversión del aprendizaje y a Mari Francis le brillan los ojos cuando lo cuenta.

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Pintan para tercer fuego: pigmentos naturales que aguantan mucha temperatura, aplicados sobre el vidriado de un plato ya acabado. «¡Por ahora! -especifica con una sonrisa Mari Francis- porque ya estamos haciendo pruebas para realizar el proceso completo». Me enseña una pieza artesanal y se me acelera el pulso (ya me veo con las manos manchadas de pasta blanca) mientras me cuenta que pierde casi la mitad del volumen y que esa contracción tan fuerte al cocer en el horno hace que no todos los moldes sirvan. Me enseña algunos con los que ya va probando, cacharros de bizcocho porosos, que sólo puede utilizar por la parte cóncava. Para poder fabricar este tipo de piezas se ha comprado otro horno que alcanza más temperatura, alrededor de 1250 ºC.

Para pintar sobre porcelana o vidrio el medio puede ser graso, como el aceite de copaiba, o acuoso, como poliglicoles o incluso azúcar diluido en agua, que se seca rápido y permite retocar, por lo que es perfecto para trabajar con plumilla. La elección de uno u otro medio depende de la forma en que queramos trabajar y los efectos buscados. Para el vidrio, menos duro que la porcelana, hay que utilizar pigmentos que fundan a 550 ºC. La gama de los rojos es complicada, se queman con mucha facilidad, así que hay que procurar ponerlos un poco más bajo de temperatura y evitar los diez minutos de mantenimiento que se le da a otros pigmentos para potenciar el brillo.

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Los encargos empiezan poco a poco, primero de amigas y conocidas para Navidad, para regalos de boda, hasta que empiezan con las redes sociales –especialmente Instagram- y se multiplican los pedidos. Ahora vienen a verlas desde Miami o les escriben desde Perú. Los motivos que más frecuentemente repiten son los campestres: flores, pájaros, perros y animales de caza, para casas de campo donde se sirven garbanzos para cincuenta personas o chicos jóvenes que, en su piso de pocos metros, añoran los fines de semana de escopeta y perro.

A medida que van llegando las alumnas, la conversación deriva. «Cómo estabas de guapa de mantilla» …«es que te pareces mucho a tu madre»…«no sabes cómo es el apartamento de mi hijo en Australia», mientras Mari Francis pinta con los dedos una hortensia en el plato de una alumna.

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Dedos, paletinas, pinceles despeluchados, brochas redondas, plumillas, borradores… todo sirve para conseguir un efecto u otro. Las voces se mezclan con los ladridos de los varios perros que tienen su particular paraíso junto a la piscina (alguno de ellos responsable del esparadrapo que Mari Francis tienen en el dorso de la mano), con las risas al ver que Lourdes ha metido el pincel en la copa que está pintando en vez del vaso con agua, … Y yo me muero por quedarme un rato más, por coger un vaso, o un plato, o lo que sea, y seguir participando en ese universo de creatividad y relajación que es Pintaporcelana.

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3 comentarios en “Un lugar donde aprender a pintar vajillas y cristalerías

  1. Lucila millones de gracias por tu maravilloso y ameno post, o se dice artículo? No sé cómo exactamente se llama, pero ecribes que es una delicia leerte, y ya sabes!! por ahora todas pintamos sobre vidriado pero ya mismo estamos todas con las manos en la masa, que será, seguro aún más divertido pintar nuestros propios platos!!! Mil gracias Lucila que además de pintar estupendamente escribes que es una maravilla….Ahhh claro!! «cuarto de maravillas»‘ nunca mejor dicho!!!

  2. Lucila una preciosidad de artículo escribes como los Ángeles.
    Tienes una soltura con la pluma maravillosa igual que con los pinceles ,y muchísima creatividad .
    Enhorabuena el comentario de mi hermana (conociendo las como las conozco al leer el artículo me he emocionado) eso lo dice todo
    Millones de gracias !!!

Responder a M Francis De Palma Gastón x