Muchas veces me preguntan cómo localizo a los artistas. Que si Instagram, que si Facebook… la verdad es que, sin buscarlo, saltan a mi paso imágenes de cosas que me asombran, de objetos que me seducen y llaman mi atención. Pero no siempre es en las redes, porque algunos de los más exitosos artistas pasan rachas de incompatibilidad con la exposición pública y la esclavitud que supone desear los buenos días -365 veces al año- a los seguidores que esperan ansiosos introducirse en sus casas o estudios.
En el caso de Jesús, fue una amiga común aparejadora. «¿Qué no conoces a Jesús Gómez, el Jardinero?», me dice un día Yela con cara de «no te enteras de nada». Y después de varios meses de intentos infructuosos, por fin hoy accedo a su refugio, en la carretera Sevilla-La Algaba, en un solar que fue en los años cuarenta una báscula para pesar el ganado que entraba por aquí a Sevilla, después una venta de carretera, posteriormente un taller. Para acabar hoy siendo un oasis inesperado de plantas y muros que añoran ser murallas y parecen llevar allí una vida centenaria.
«Eran dos casitas hechas polvo, apenas un garaje y un cobertizo cuando yo lo compré hace casi 20 años», me cuenta Jesús mientras me enseña un álbum con fotografías del lento proceso de construcción, tal vez más un crecimiento orgánico propio de las casas de las medinas árabes.
«Mi madre me decía que estaba loco», me cuenta entre risas, una locura más de ese hijo que planta su trabajo estable de perito agrícola en un organismo oficial por no se sabe qué aventuras de chamarilero. «Desde pequeño me interesaba todo lo relacionado con la creatividad, pero en una familia de 14 hermanos los padres esperan que hagas una carrera de provecho». Pero la cabra tira al monte y mientras vigilaba algodones por encargo de la Junta de Andalucía, desarrollaba su pasión por los cortijos, la arquitectura tradicional, la decoración y el paisajismo.
Asiduo al Jueves, donde compraba y transformaba ropa usada (¡lo que no sabremos de aprovechamiento las familias numerosas!), empieza a consolidarse su imaginario de objetos curiosos, de mezclas imposibles, de estética a veces kitsch, con predominio de colores y formas que parecen no tener más finalidad que la de alegrar la vista.
De su etapa de formación recuerda con cariño las colaboraciones en los ochenta conJoaquín Medina, Jaime Parladé (uno de los que supo ver la belleza de lo zarrapastroso) y otros. Por aquel entonces, se entera de que un vivero buscaba paisajista y se apunta a todos los cursos disponibles sobre el tema. Desde entonces, forman parte de su vocabulario palabras como Tropaeolum, Fressias, Kalanchoe madagascariensis, Opuntias, Bulbines, Senecios, Chamaerops atlántica… nombres que va desgranando a medida que paseamos en su jardín asalvajado y que sugieren colores, olores, texturas.
«La parra es la que no tiene uvas, la que se usaba en Roma; y esta es la hoja de Acantus, la que toman de modelo los griegos para los remates de los capiteles corintios». Y es entonces cuando me doy cuenta de que Jesús el Jardinero tiene un aire antiguo, como si fuera de un tiempo indeterminado, un patricio romano paseando por su patio pompeyano, un inglés de principio del veinte del círculo de Bloomsbury o un colega de Bergé eligiendo el tono exacto de azul para las macetas del Majorelle.
Huele a curri, a gardenia, a romero, mientras un pavo real –que ha comido de su mano un rato antes- se pasea a nuestro lado y se oye el sonido de los pájaros que amortigua las rodadas de coches de la carretera Sevilla-La Algaba. Me fijo en una inscripción incisa en el frontón de uno de los pabellones: Bonum, Bello, Humilis (bueno, bello, humilde), una auténtica declaración de principios. Porque si hay un denominador común en el estilo ecléctico de El Jardinero es la sublimación de los materiales simples y humildes, como el barro y el mortero de cal, de cuya utilización es un auténtico maestro.
«Apagamos la cal nosotros mismos en un depósito y lo mezclamos con arena», me explica Antonio, que junto con Maria Isabel, son sus colaboradores más cercano. «Hay que hacerlo despacio, porque si no la estructura de escamas que se forma es cuadrada en lugar de triangular y atrapa peor las partículas de tierra y los pigmentos. Solemos añadirle hojas de chumbera, que le da una gran plasticidad». Seguimos hablando de las más de 300 aplicaciones del agua de cal mientras me fijo en las distintas formas de colocar un sencillo ladrillo de barro, creando relieves en los paramentos que generan sombras mágicas con la luz del sol y dan al entorno un aire de palacio mudéjar.
En la base del muro de tapial antiguo, enlucido con mortero de cal y tierra anaranjada de Mairena, hay un canal diseñado expresamente para protegerlo de la humedad. En otro de los muros, la cara de Santa Teresa aguarda que la floración de la primavera le ponga una rosa en el pelo.
Las combinaciones de colores en macetas y mobiliario son maravillosas: azules junto a coral, violetas, naranjas… resaltando junto a las paredes de mortero a la cal y creando un conjunto impresionante.
Pero si el exterior es mágico, el interior no se queda atrás. Entre pilastras, cornisas, balaustradas de hierro, puertas y muebles antiguos de desembalajes esperando que les llegue su turno para debutar, encontramos lámparas que son esculturas con pantalla y mensaje, mesas y sillas que homenajean a artistas icónicos, estantes con composiciones que aluden al amor por los animales, incluso a la reina de Inglaterra que parece salir de un oficio en la abadía de Westminster. «¡Dadme una segunda oportunidad!», parecen decir cada uno de los objetos del estudio.
Igual que la ropa, que Jesús suele usar de segunda mano, a ser posible confeccionadas hace años, cuando las calidades eran otras. Eso sí, combinándolas de forma que unos viejos breeches y un chaleco de lana se convierten en la envidia de cualquier instagramer de moda.
«Una cosa te lleva a la otra. Tenemos un montón de registros y de pronto, surge la idea». «Viajo mucho en coche por mi trabajo y cuando veo un sitio horroroso siempre estoy pensando ¿qué haría yo con esto? Es un ejercicio muy bueno que estimula la creatividad». Pero yo no me dejo engañar: Jesús es de los pocos afortunados que nacen con capacidad para ver lo bello, por pequeño que sea, que hay en cualquier cosa.
Tengo la retina impregnada de anaranjados, corales, rosas y azules que me hacen verlo todo mucho más bonito: la clase de la fundación Balia por la Infancia donde acudo luego, mi casa desordenada, la triste ensalada que tengo hoy para comer. Porque esa es la finalidad última del arte: hacer la vida más agradable, más llevadera, elevar el espíritu y ayudarnos a trascender. ¡Gracias, Jesús!
Fotos: Cuarto de Maravillas
Lucila, me encanta el artículo, se me ha quedado corto, me faltan fotos!!! Que lugar tan especial y bello, que unico… envidia de que lo conozcas y gracias por compartirlo con nosotros… con esa escritura y fotografía tan maravillosa que casi nos hacen vivirlo(casi!!) como tu.
Me ha encantado!!! Una vez más has sabido captar y transmitir toda la esencia!!!
Enhorabuena!!!! Deseando leer el siguiente!!!! Besos.
Que persona y que espacio tan peculiares
Que colorido ,imaginación gusto y creatividad
Lucila una narración para disfrutar
Enhorabuena