Punto estratégico entre oriente y occidente, la historia de La Puglia está jalonada de invasiones, conquistas, relaciones comerciales o intercambios. Hay vestigios humanos desde la prehistoria, los antiguos griegos, los romanos, normandos, svevos y angiolinos.
Día 1. Sevilla – Bari – Polignano a Mare
La tarde de la llegada recogemos el coche alquilado y ponemos dirección a Polignano a Mare, al B&B donde vamos a pasar la noche. Cenamos en un restaurante muy agradable del casco histórico (Osteria Piga) donde probamos unos «salumi» típicos de la Puglia y un vino de Salento.
Día 2. Polignano a Mare – Monopoli – Alberobello – Locorotondo-Martina Franca – Ostuni
Polignano a Mare es una ciudad con casas a dos alturas, con fachadas de piedra o encaladas y balcones y portones pintados de un azul claro muy mediterráneo. Se asoma al mar Adriáticosobre unas rocas con grutas (hay un restaurante en una que debe ser una delicia en verano) donde baten las olas de un mar furioso que salpica calles y miradores.
El centro está pavimentado en mármol y las casas son señoriales.
El día ha amanecido muy ventoso y la estatua con los brazos abiertos de Domenico Modugno, natural de aquí, parece que está a punto de echar a volar de verdad, sobre el «blu dipinto di blu». Yo lo saludo desde el coche, aunque las ventanas están casi opacas de la sal. Saliendo del pueblo hacia el norte hay una calita minúscula que forma una playa encantadora.
Nos dirigimos a Monopoli, ciudad con un pequeño puerto lleno de barcos de pesca amarrados que se mueven con el temporal que entra.
Damos un paseo corto y seguimos hacia Alberobello. La carretera trascurre entre parcelas donde amaga con asentarse la nieve, delimitadas por muros de piedra seca que nos recuerda a Menorca.
Los olivos son enormes y también hay bastantes frutales floreciendo, posiblemente cerezos (tienen fama en esta la zona). De vez en cuando unas construcciones cónicas hechas por aproximación de piedras planas colocadas concéntricas y rematadas en la clave con una pequeña chimenea. Son los «trulli», símbolos del valle de Itria.
Cuando llegamos cae un aguanieve bastante desagradable y decidimos ir directamente al restaurante La Cantina, un local pequeño con fama de cocina casera. Probamos los «strascinate integrali con crema de cime di rape» (pasta integral con una verdura parecida al brócoli) y «fricelli con carciofi, cúrcuma e provola stagionata» (pasta casera con alcachofas), increíbles de buenas.
Cuando terminamos, ha dejado de llover y podemos darnos un paseo por las calles del centro flanqueadas por los trulli, algunos de aspecto antiguo, los más con pinta de ser recientes. Estas originarias viviendas de campesinos fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad en 1996, hoy día la mayoría son tiendas de souvenirs u hoteles de más o menos categoría.
Puedo imaginar este pueblo con buen tiempo abarrotado de turistas subiendo y bajando calles y me consuela pensar que son bastantes las ventajas de viajar en invierno, a pesar del frío.
Volvemos a coger el coche en dirección a Locorotondo, llamado así por la plaza principal redonda. Le dedicamos poco tiempo, pues queremos llegar antes de que anochezca a Martina Franca, una ciudad de interior situada a igual distancia del Adriático y del Jónico con un centro histórico rodeado de murallas medievales y plagado de palacios barrocos. Pasamos por un arco que da acceso al «centro storico» y lo primero que nos encontramos es un palacio enorme y bellísimo: el palacio ducal.
Recorremos sus calles de casas señoriales y palaciegas, de piedra y con escudos… aunque dicen que el alma sencilla y rural de Martina Franca se descubre en la campiña que la rodea, con los cultivos entre muros de piedra seca salpicados de trulli. Llegamos a Ostuni ya de noche.
Día 3. Ostuni – Lecce – Otranto – Bari
El día amanece soleado, aunque sigue ventoso. El pueblo se alza en una colina cerca del mar, desparramando casas blancas desde la cima. Dentro de las murallas, un sin fin de callejones más que calles, con recovecos, mini placitas escondidas, macetas con plantas, arcos que recuerdan a antiguos habitantes de origen oriental. Imposible no acordarse de Vejer de la Frontera. Las vistas del Adriático son preciosas desde muchos puntos del pueblo y la verdad es que entran ganas de quedarse unos días.
En la plaza de la Catedral me llama la atención un pequeño comercio con multitud de cosas amontonadas: cuadros, tazas, lámparas, esculturas de santos, piezas de convento… Pego la hebra con el propietario, un anticuario amable y apasionado por el coleccionismo, especialmente de objetos religiosos y/o tradicionales de la Puglia.
Me enseña los cuadros de santos o vírgenes rodeados de encajes de papel en relieve, un trabajo muy delicado, típico de esta zona, que se consigue encolando capas y más capas de papel perforado hasta conseguir el relieve deseado. Me tengo que traer uno.
De Ostuni a Lecce, la carretera trascurre por una llanura de olivos, algunos enormes cortados como árboles (no en vano es el 8 % de la producción mundial) y almendros en plena floración. Hasta llegar a la autovía SS379, que va paralela al mar Adriático. A Lecce se la conoce como la Florencia del sur. Capital del Salento, a 12 Km. del mar Adriático, destaca por sus maravillosas iglesias y palacios barrocos, construidos con la piedra «leccese», dorada y blanda, que permite tallas imposibles que parecen encajes.
Es maravillosa la piazza Duomo, como un gran escenario formado por tres edificios religiosos: la catedral con su campanile, el palacio arzobispal y el seminario. Unos niños jugando al sol, resguardados del viento, nos hacen envidiar la calidad de vida de los habitantes de esta bonita ciudad.
Llegamos a Otranto y recorremos un poco de la carretera hasta Cesarea Termi, un pueblo de aire oriental donde destaca asomada al mar la cúpula amarilla de villa Sticchi. No son acantilados abruptos sino montañas que descienden en pendiente hacia el mar.
Volvemos a Bari y localizamos el B&B Murex, en la plaza de Federico de Svevia, a espaldas de la catedral y frente a la muralla del castillo svevo. Está recién reformado con muy buen gusto y lo regenta una pareja de chicos jóvenes encantadores.
Damos un paseo nocturno y cenamos en la Peschiera: antipasti de pescados crudos y cocidos y un risotto de frutti di mare, regado con un vino blanco de la Puglia.
Día 4. Bari – Trani – Castel del Monte – Sevilla
Después de un desayuno delicioso que nos sirven Antonio y Alice (una focaccia finísima con tomate, cruasanes y los «sospiri», unos bizcochos suaves que recuerdan los marroquíes de Écija rellenos de crema) dedicamos la mañana entera a Bari. La Catedral, limpio su interior de ornamentos, tiene una bella cripta barroca. La basílica de San Nicola, donde se guardan las reliquias del santo, da la espalda al lungomare, el paseo marítimo azotado por las olas donde se asienta el teatro Marguerita, junto al muelle de pesca.
Frente a él se encuentra el elegante barrio construido por Murat, con edificios de piedra y balcones, agradables bulevares repletos de gente que entran y salen de comercios y oficinas.
Al final de la mañana nos dirigimos a Trani, una pequeña ciudad de pescadores que se enorgullece de ser el lugar donde se dictó el primer código marítimo, Ordinamenta Maris (s. XI). El puerto, rodeado de casas blancas y ocres, oculta a sus espaldas el barrio medieval de bonitas iglesias románicas.
Comemos en Gallo, un restaurante con menciones anuales de la guía Michelín: spaguetti gruesos con langosta y unos tallarines de pasta fresca con gambas y setas. Un increíble almuerzo para despedirnos de Italia.
Aunque todavía nos queda tiempo para acercarnos, antes del aeropuerto, a Castel del Monte. Solitario en una colina de la región de la Alta Murgia, es uno de los castillos más bellos y misteriosos de Europa. Mandado construir por Federico II, el número ocho -símbolo de la unión de Dios con los hombres- está presente en todas sus proporciones: planta octogonal con ocho torres octogonales.
Hay una web estupenda que muestra todo lo que nos quedó por ver en La Puglia.
Las fotos son de Lucila Vidal-Aragón