Las siete esculturas que no debes perderte en Roma

Si hay algo que me llama la atención desde el punto de vista artístico es la cantidad y calidad de esculturas que hay en Roma. En museos, en edificios públicos, en palacios privados, en plazas, a modo de fuentes o sencillamente como objetos decorativos. Y es que ya desde varios siglos antes de Cristo los habitantes de estas tierras eran capaces de tallar la piedra con gran realismo. A la tradición etrusca se une la influencia de la escultura griega, que había alcanzado unas cotas de belleza y virtuosismo difícilmente superadas.

Como es mejor ver unas cuantas bien elegidas que volverse loco intentando abarcar lo inabarcable, os dejo mi selección.

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  • El Laocoonte. Se encuentra en el Patio Octógono o Belvedere, un precioso claustro dentro de los Museos Vaticanos. De niña me impresionó profundamente y desde entonces es una de mis esculturas favoritas. Se representa a un sacerdote troyano de Apolo que durante la guerra de Troya se opuso a la entrada del caballo de madera dentro de la ciudad. Atenea y Poseidón, partidarios de los griegos, mandan a unas serpientes marinas para que lo asfixien junto a sus hijos. La escultura era propiedad del Emperador Tito y parece que fue esculpida por Agesandro, Atenodoro y Polidoro de Rodas, en torno al 40- 30 aC. Hallada en 1506 en la zona de la Domus Áurea, fue adquirida por el papa Julio II inmediatamente después de ser encontrada. La cara de angustia del sacerdote, la serpiente hincando el diente en su cadera, los cuerpos retorcidos… Me podría pasar horas mirándola.

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  • Gálata suicida. Está en el precioso Palacio Altemps, en una gran sala con chimenea, sólo compartiendo protagonismo con el Sarcófago Ludovisi, otra joya increíble. El gálata suicida está en el centro de la habitación, recibiendo un rayo de luz que le da aún más dramatismo. Acaba de matar a su mujer, que cae a su lado aún sujeta por él, y está empezando a clavar la espada en su cuello con gran precisión, buscando la arteria carótida que le llevará a una muerte rápida. Es una obra que hay que mirar con detenimiento dándole la vuelta, completa y maravillosa desde cualquier punto de vista. Transmite una enorme tensión emotiva, la determinación de un valiente guerrero galo de morir como él decida, en una última demostración de valor. Es una copia romana del siglo I aC. de un grupo escultórico griego al que también pertenecía el Gálata Moribundo de los Museos Capitolinos.

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  • La Piedad de Miguel Ángel (1498-99), en una capilla lateral nada más entrar en San Pedro del Vaticano, esculpida cuando solo tenía 23 años. Desde que sufrió un atentado se expone con un cristal de seguridad, por lo que no se puede uno acercar demasiado, pero aún así se puede apreciar la belleza serena de una Virgen muy joven, que sostiene en su regazo al Hijo muerto, el cuerpo exánime con los brazos colgando. Es de una ternura impresionante.

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  • Moisés de Miguel Ángel (1513-15), imponente, en San Pietro in Vincole, en una capilla a la derecha del altar. Está tallado en un solo bloque de mármol de Carrara y a pesar de ser una figura sedente, parece a punto de levantarse y conminarnos a seguir los Mandamientos. ¡Y cualquiera le lleva la contraria!

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  • El Rapto de Proserpina (Bernini, 1621-22), en la Galería Borghese. La escultura está inspirada en el bonito mito clásico del origen de la primavera. Proserpina, hija de Júpiter y Ceres, está bañándose tranquilamente cuando Plutón, el rey del Infierno, sale de la boca del Etna y la agarra por la fuerza, arrastrándola hacia las entrañas de la tierra para hacerla su esposa. Ceres la busca desesperadamente, pero a medida que pasa el tiempo sin saber nada de ella, va asolando las tierras y cultivos. Júpiter decide intervenir, y convence a Plutón para que deje estar seis meses al año a Proserpina con su madre, que la recibe con flores. Por el contrario, cuando en otoño vuelve al Hades, la tierra se contagia de la tristeza de Ceres. La escultura de Bernini refleja el momento en que Plutón, un hombre barbudo y musculoso, atrapa a la joven Proserpina, hundiendo las manos en su carne, mientras ella forcejea intentando liberarse. Un perro de tres cabezas (guardián del Hades) está a los pies del dios; la cabeza central aúlla enseñando los dientes, empatizando con el sufrimiento de la joven, mientras que las otras dos cabezas se vuelven a cada lado, vigilando por si alguien se atreve a a molestar a su amo. El dinamismo de la composición, la fidelidad con la que reproduce la carne mórbida de Proserpina, la determinación implacable del dios y la desesperación en el rostro de la joven no dejan indiferente a nadie.

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  • Éxtasis de La beata Ludovica Albertoni, de Gian Lorenzo Bernini (1671-74). Está en la Iglesia de San Francesco a Ripa, en el Trastevere, en una capilla (Altieri) a la izquierda mirando al altar. La cabeza echada hacia atrás con los ojos cerrados y la boca entreabierta, la mano derecha en el pecho y la izquierda en el estomago, sugieren un momento de gran turbación. A mi personalmente me gusta más que el otro éxtasis –el de Santa Teresa- que realiza Bernini unos años antes, me parece más limpio con los angelotes sobrevolando en lugar de un gran ángel con figura humana completa.

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  • Paolina Borghese, de Antonio Canova (1805). Hermana de Napoleón y casada con el príncipe Borghese, tenía 25 años cuando posa semidesnuda para el famoso escultor neoclásico. Algunos sostienen que fue idea suya exhibirse como la diosa Venus recostada en un diván, en una pose clásica pero insinuante y lánguida, con una manzana en la mano, para que su anciano esposo presumiera ante sus amigos. El escultor utiliza cera rosada para dar un acabado más natural a la piel de la joven e inventa un artilugio para que el triclinio pueda girar para ser observado desde distintos ángulos. Dos siglos después y la gente la sigue mirando igual…

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6 comentarios en “Las siete esculturas que no debes perderte en Roma

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