Primavera en el campo andaluz

Después de uno de los otoños más secos de nuestra historia reciente, en el que se llegó incluso a pensar que habría problemas de abastecimiento de alimentos por las pérdidas en la agricultura, ha venido un invierno lluvioso y una primavera aún más. En Andalucía, con el calor haciéndose de rogar, el campo ha explosionado de golpe inundándose de flores de todos los colores imaginables, como si la escasez de agua previa hubiera incrementado las ganas de darlo todo, como si las flores quisieran hacer un manifiesto, reivindicar su existencia, su carácter andaluz. Como si no hubiera un mañana.

Como es un espectáculo que no me quiero perder, he pasado dos días en Sierra Morena, en la provincia de Jaén. Hay multitud de casas rurales y hoteles asequibles en pueblos tan bonitos como Úbeda, Baeza, Linares, desde los que hacer excursiones o rutas de senderismo por caminos rodeados de flores. Yo tengo la suerte de tener allí unos maravillosos amigos que han organizado una reunión de aficionados a la fotografía, a la naturaleza, a la comida y a la belleza. Os cuento cómo hemos pasado esos dos increíbles días, porque ¿alguien cree que el campo es aburrido?

Lucila Rodriguez de AustriaLucila Rodriguez de AustriaLucila Rodriguez de AustriaLucila Rodriguez de Austria

Hemos recorrido montones de hectáreas en un Gator (una maravilla de John Deere capaz de subir ángulos imposibles entre piedras y charcas sin que se pinchen las ruedas), a veces despacio, -observando las margaritas, las amapolas, las jaras e intentando adivinar el nombre de muchas otras: malvas silvestres, nazarenos, lirios, hisopos, chícharo morado, gamazos, conejillos, retama, verónica-.

A veces rápido, muy rápido, grabando un vídeo con un móvil en una mano y otro con música de Cesaria Evora en la otra (una casa en el cielo, un jardín en el mar), sujetándonos a duras penas con el codo, con los abdominales, pegando botes y riéndonos como niñas en un parque de atracciones, mientras pisamos los gamazos apenas abiertos y los vemos reaparecer detrás nuestro, como tentempiés que resisten nuestras correrías. Dejando surcos a nuestro paso de un verde brillante en medio de un mar morado, despertando olores a tierra húmeda, a espliego, a jara, y llenándonos la camisa y los pantalones de insectos que no entienden por qué de pronto han sido expulsados de su paraíso de libaciones.

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Hemos desayunado pan con el mejor aceite de la mejor tierra de aceites y comido un arroz caldoso de habas tiernas y alcachofas del propio huerto, arroz antiguo, oscuro, de una época pobre en la que sólo se consumían alimentos de temporada, de proximidad.

Hemos parado junto a una cerca para identificar qué es esa masa amorfa que chupa una yegua, conteniendo la respiración y la pena al ver que es un potrillo muerto, parido apenas unas horas antes. Para descubrir al acercarnos (¡que no quiero verlo!) que respira, que se mueven sus costillas, que está agotado porque su madre es primeriza («sólo sé acariciarlo, ¿cómo le doy de mamar?») y a él apenas le sostienen unas patas excesivamente finas. Observando durante un par de angustiosas horas cómo toda la manada intenta hacer que se levante: «hijo, come, que si a tu madre se le pasan los calostros no sobrevivirás al sol del mediodía», «levántate, por Dios, que el tiempo corre en tu contra, venga, yo te ayudo…». Y volver a tumbarse tras el esfuerzo inútil.

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Hemos visto un burro que se cree caballo, un pointer que va cien veces por el palo que tiras al pantano y siempre trae el mismo, unos toros que todavía no saben que tienen que embestir, un ciervo que no quiere que veas sus muñones creciendo, cubiertos de pelo vergonzante, hasta que pase el verano y se haya desnudado.

Hemos contemplado cómo el sol se pone tras los montes de Sierra Morena, lentamente, sin prisas, haciendo que brillen las margaritas antes de irse, jugando al escondite con un tronco de acebuche, acariciando las hojas de una jara morada, mientras nos contamos penas y alegrías, programamos viajes y otros planes alrededor de unas copas.

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Lucila Rodriguez de Austria

Las mejores cosas en esta vida son aquéllas que te generan curiosidad, que te hacen tener ganas de aprender, que te crean nuevas ilusiones. Y yo quiero seguir soñando que vuelo por campos teñidos de malva mientras el viento agita mi pelo al compás de las espigas, que aprendo los nombres de flores nuevas, que veo nacer potrillos de frágiles patas, que sorprendo a un ciervo joven desconcertado por el escaso tamaño de sus cuernas.

Así que, si sois amigos de la belleza, si queréis disfrutar de un espectáculo único, id sin falta al campo, antes de que el sol se enamore de las margaritas y los lirios silvestres y los ahogue con su abrazo.

Las fotos son de Cuarto de Maravillas. Pero prometo que os enseñaré las que han hecho mis amigas, mucho mejores que las mías.

5 comentarios en “Primavera en el campo andaluz

  1. Qué gozada de fotos con palabras, qué goce palpar el orgullo de una tierra… Buen domingo, niña, ah, te sigo felicitando por este blog tan digno, tan bueno y tan bien hecho… hala!!! Me voy, un besazo

  2. Casi se huele, se intuyen las sensaciones de un fin de semana especial , único e irrepetible , gracias por tu prosa, por ilustrar con imágenes esos días que recuerdan a la infancia .
    Magnífico el blog, es un lujo adentrarse en temas tan diferentes e interesantes en cada una de sus entradas , mi enhorabuena .

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