12 cosas que hacer en una ruta por la Provenza

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Podemos aproximarnos a la Provenza de muchas formas. Tal vez buscando los vestigios romanos en el sur de la Galia, puede que lo que nos interese sean los lugares que sirvieron de inspiración a los pintores impresionistas, los escenarios de películas o queramos impregnar nuestras pupilas de los azules, lilas y morados de la lavanda en flor.

En nuestro caso, íbamos de camino a Suiza y solo disponíamos de dos días y medio para dedicarle. Decidimos dormir un par de noches en Aviñón y elegimos una mezcla de todo lo anterior, teniendo en cuenta que es septiembre y la lavanda ya está recogida. Os enumero las cosas que más nos han gustado en nuestra ruta.

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1. Dedicar un par de horas a pasear junto al canal de la Robine de Narbona hasta llegar a la Catedral de San Justo y San Pastor. Es una catedral gótica típica de peregrinación, de tres naves y girola alrededor del altar, más bien pequeña de tamaño (parece que el proyecto se quedó a medias), por lo que la sensación de altura es aún mayor. Con sillares de caliza amarillenta, gárgolas medievales, vidrieras y claustro pequeño pero bonito. Las paredes en el interior están decoradas con tapices de Aubusson y gobelinos.

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2. Tomar un café en la plaza de los Papas de Aviñón, frente a la fachada del Palacio, levantado a partir de 1335 en menos de veinte años y símbolo del resplandor de la iglesia en el Occidente cristiano del siglo XIV. Turistas siguiendo a su guía -que esgrime un palo selfie cual Victoria guiando al pueblo de Delacroix-, un pintor callejero con sus cuadros de flamencos rosas de la vecina Camarga y de morados campos de lavanda… tienes que intentar que no te distraigan de la contemplación del palacio gótico más importante del mundo.

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3. Comprar pan, quesos y patés en Les Halles, el mercado de Aviñón. La fachada es un jardín vertical con las plantas un poco desmadradas; aunque la que tendrá tendencia a desmadrarse serás tú cuando pases al interior. Hay una maravillosa panadería con multitud de tipos de panes de levadura madre que te cortan en el momento; puedes pedir medio, o solo un trozo, aunque mejor no te quedes corto porque duran varios días y están increíbles. De la quesería mejor no hablar: se hace la boca agua mientras esperas turno y resulta difícil elegir… te los llevarías todos! Y qué decir de la variedad de terrinas, fiambres, foies y patés.

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4. Curiosear en el mercadillo dominical de la Rue Joseph Verner, donde sacan a la calle una selección de ropa de marcas prestigiosas en oferta: IKKs, Tara Jarmon, The Kooples, Maje, Zadig & Voltaire… toda una selección de tiendas francesas de calidad. Mi hija se queda con las ganas de comprar un abrigo blanco de conejo de Sandro que –según ella- era baratísimo.

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5. Bailar en el puente de Aviñón o de St. Bénézet (que no se te ocurra buscar la canción para volver a oírla, porque lo que está bien para un niño puede resultar insufrible para un adulto). Este puente fue construido en el siglo XII, aunque las crecidas del Ródano lo destrozaron varias veces y finalmente se quedó en su estado actual, interrumpido antes de llegar a la otra orilla. Los alrededores están arbolados y hay un paseo precioso por la orilla, junto a barcazas que esperan a los turistas. Cruzando el rio (por otro puente) se tiene la mejor vista de la ciudad de los Papas.

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6. Sorprenderte tras una curva antes de llegar a Gordes de cómo todo un pueblo puede desparramarse por una colina de una manera tan bella. Y cuando subas y pasees por sus calles adoquinadas, te impactará la construcción de piedra ocre de todas y cada una de sus construcciones. Y, por supuesto, las vistas desde arriba de los campos y pueblos del Luberon. Y otra vez cuando tomas el camino hacia Bonnieux y vuelves la vista atrás, y aparecer nuevamente el pueblo detrás de un precioso viñedo.

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7. Meditar un rato en la abadía cisterciense de Sénanque, muy cerca de Gordes, escondida en un valle entre montañas. Las plantaciones de lavanda se ven en perfecta alineación y deben ofrecer en julio un espectáculo difícil de olvidar, contrastando los morados con el gris de los muros medievales. La abadía, de piedra caliza blanquecina, está rodeada de bosques densos de abetos, robles, etc, con rutas de senderismo marcadas. La iglesia, muy sencilla y austera, invita al recogimiento.

8. Hacer un picnic con los quesos y patés comprados por la mañana en el mercado de Aviñón, a ser posible en alguna zona bonita rodeada de árboles (nosotros encontramos un lugar con vistas a Bonnieux). Como auténticos profesionales, llevábamos una cesta de mimbre (una de las ventajas de viajar en coche es que te puedes permitir ciertas excentricidades respecto al equipaje) con todo lo necesario para que la experiencia sea más que agradable y en consonancia con la calidad de las viandas: platos de cerámica, copas, cubiertos, servilletas de tela y hasta un mantelito de patchwork (de cuando aún hacía cosas con mis manos).

9. Disfrutar del paisaje del Luberon hacia Menerbes, otro de los pueblos colgado en un risco y con vistas increíbles a la campiña por un lado, al macizo del Luberon por el otro. Atravesar campos de lavanda (una pena que esté ya cortada), de frutales, de calabazas… todo un ejemplo de la riqueza de la tierra y la bondad del clima. Entre paredes de piedra seca, es decir, colocadas sin argamasa con una técnica tradicional de distintas zonas del mediterráneo.

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10. Comprar jabones de lavanda y manteles de la Provenza en cualquiera de las tiendas que encontrarás en estos pueblos. O bolsitas perfumadas, colgadores para armarios o cualquiera de las mil formas de conservar el aroma de esta tierra. Los manteles adoptan los colores de entorno: ocres, pardos, lilas o verdes. Yo no me puedo resistir a ninguna de las dos cosas.

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11. Caminar sin prisas en los alrededores del Pont Du Gard, construido durante el siglo I dC como parte del acueducto de Nîmes, una conducción hidráulica por gravedad de 50 kilómetros de longitud que llevaba el agua de un manantial en Uzés a la colonia romana de Nemausus (Nimes). Está en perfecto estado de conservación y merece la pena pagar los 8€ de la entrada, pues además del monumento en sí, el entorno es precioso y pide dedicarle una mañana entera, rodeado de bosques de encinas, robles, álamos, etc. y un río con un cauce pedregoso de aguas muy quietas. Hay gente que viene en bici y con calzado deportivo para hacer rutas de senderismo alrededor o pasear con sus perros.

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12. Imaginar un recital de Plácido Domingo en el teatro de Orange, construido en época del emperador Augusto (s. I dC), único teatro romano que conserva una pared de escena monumental (103 cm. de larga y 37 cm. de alta). Con el precio de la entrada te dan una audioguía completísima, que además de datos constructivos, cuenta la vida y costumbres del pueblo romano. Tal vez algún día no sólo lo imagine (si no puede ser Plácido, me conformo con Flórez) sino que lo disfrute después de pasear embrigada de olores y colores una mes de julio. ¡Hay que tener ilusiones!

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Las fotos son de Lucila Vidal-Aragón

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